Este país desdibujado, lleno de apóstatas de la memoria, atraviesa una triste historia cubierta de paradojas. ¿Conoce usted algunas de ellas? Le hablaré de la más reciente: En Venezuela, según los últimos datos de la CEPAL, la tasa de deserción escolar es del 35% y el salario de un profesor universitario apenas alcanza los 15 dólares. Sin embargo, en Caracas, la capital del país, se acaba de inaugurar un edificio que representa a una de las marcas de moda más lujosas y famosas del continente, y acaba de concluir la Serie del Caribe de Béisbol, para la cual el gobierno construyó un estadio que incluye tribunas VIP con jacuzzis, entre otros onerosos aditamentos.
Conozca lo siguiente: Venezuela tiene actualmente una economía dolarizada que sufre desde 2017 un proceso hiperinflacionario que ha alcanzado una tasa de 1370 % interanual y que ubica el costo de la canasta alimentaria para un grupo familiar de 5 personas en 356 dólares americanos. Teniendo en cuenta que el salario básico promedio es de 6 dólares estadounidenses, ¿es cierto que vale la pena preguntarse cómo hace una familia para vivir dignamente en este país? No, no se ha arreglado, como proclama la más reciente consigna gubernamental, repetida como cacareo de gallina por no pocos venezolanos dentro y fuera del país, que o ceden al cansancio y al conformismo con lo que hay, o se aferran a la ilusión manipulada por actores políticos que siguen siendo los mismos de siempre, o que buscan lo mismo.
¿Es esto realmente un indicador de «arreglo» para país alguno?
Lo cierto es que la doctrina política inyectada por el chavismo dio forma a un Estado que privilegia el control absoluto y arbitrario de los órganos que determinan la vida social, política, económica y cultural del país, fortaleciendo el ejercicio de la autocracia, el culto a la personalidad y el dogma positivista, basado en el rescate de una identidad nacional que fundamenta los derechos políticos en «hechos sociales e históricos indiscutibles», o lo que es lo mismo, en el empoderamiento de un nacionalismo extremo.
Con la muerte de Chávez y el ascenso de Nicolás Maduro al poder en 2013, Venezuela se convirtió en un polvorín, un país convulsionado, un país que se deteriora estructural, política y socialmente a pasos agigantados. La violencia de Estado, la corrupción gubernamental y el mantenimiento de un modelo socioeconómico paternalista impulsado por la falsedad ideológica son las principales causas de esta degradación.
Desde 2013 hasta 2019, según datos del Programa Venezolano de Educación y Acción en Derechos Humanos (PROVEA) y del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, se han producido 250 muertes por la actuación de «cuerpos de seguridad y grupos paramilitares» durante las distintas marchas de protesta antigubernamental.
La emigración venezolana, que alcanzó el millón de personas durante el Gobierno de Chávez (1998 a 2012), se ha multiplicado por siete en el mandato de Maduro, de 2013 a 2021, y ya supera los 7 millones, según el último informe de ACNUR, que dice: «La gente sigue saliendo de Venezuela huyendo de la violencia, la inseguridad, las amenazas y la falta de alimentos, medicinas y servicios esenciales. Con más de 7,13 millones de refugiados y migrantes procedentes de Venezuela, ésta se ha convertido en una de las mayores crisis de desplazamiento del mundo». La mejor manera de medir el impacto de esta emigración es a través del último censo de población realizado por el Instituto Nacional de Estadística: Venezuela tiene una población de 28.704.947 millones de habitantes. Esto significa que casi el 25% de la población ha emigrado, y aunque el gobierno trata de posicionar otro de sus eslóganes: «Venezuela se arregló» y propague a los cuatro vientos que su plan «Vuelta a la Patria», creado en 2018, ha repatriado a unos 30.000 venezolanos, esto representa solo el 0,42% del éxodo migratorio venezolano.
Y aquí surge otra de las paradojas de este país lleno de apóstatas de la memoria: Esta acción no deja dudas de que la emigración venezolana, al menos intuitivamente, obedece más a la doctrina bolivariana que el propio gobierno autodenominado «bolivariano», pues responde a la advertencia hecha por Simón Bolívar el 2 de enero de 1814 en un discurso pronunciado en el Convento de Religiosos Franciscanos: ¨Huyan del país donde sólo uno ejerce todos los poderes: es un país de esclavos¨.
En medio de esta terrible crisis, Venezuela está perdiendo libertades fundamentales, la libertad de prensa ha sido duramente golpeada: de un total de 90 medios de comunicación que aún existían en 2014, sólo quedan treinta, y todos ellos operan bajo vigilancia estatal. Desde 2002, según un informe del Instituto de Prensa y Sociedad de Venezuela (IPYSve), 18 trabajadores de la prensa han sido asesinados, y solo en 2020 se documentaron 215 casos de detenciones arbitrarias, intimidaciones y desapariciones forzadas de reporteros y fotoperiodistas.
Actualmente, cuando el gobierno de Maduro y la debilitada oposición venezolana se sientan a la mesa para negociar una salida a la crisis, en México -país que según el informe de RSF ocupa el primer lugar con el mayor número de periodistas asesinados en 2022, con 17- es preocupante que en la agenda no se incluya la discusión de las violaciones a las libertades fundamentales, con la libertad de prensa y la libertad de expresión como bandera, sobre todo porque pronto iremos en Venezuela a un proceso electoral que se percibe cada vez más desinformado.
Otro tema preocupante es la situación de la infancia, pues los niños venezolanos enfrentan una crisis económica y humanitaria que amenaza sus mejores posibilidades de desarrollo y bienestar, bajo un gobierno al que no parecen importarle los riesgos que corren. La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de la Universidad Católica Andrés Bello acaba de revelar que el año escolar 2021-2022 se reanudó con menos estudiantes, luego del cierre por la pandemia COVID-19. Al menos 1,5 millones de niños y adolescentes dejaron de ir a la escuela. Además de la pandemia, los estudiantes no consideran importante asistir a clases porque no lo ven como una oportunidad de superación, en un país donde el lema parece ser «Arriba la ignorancia, abajo la educación».
Como consecuencia de todo esto, muchas familias han optado por la emigración. Y el principal motor de esta emigración es la búsqueda de un futuro mejor para sus hijos, además de otras condiciones obligadas.
Lo cierto es que Venezuela NO se arregló; en realidad se está quedando sola y es víctima de algunas paradojas que resultan hasta risibles. Recuerdo ahora aquel otro eslogan de Hugo Chávez, con el que justificaba estentóreamente la debacle: «Tenemos patria». Pues bien, ahora la Patria está bastante enferma, pero tenemos Avanti y estadios con jacuzzi en las gradas.