El desborde de las mamás autónomas ¿quién nos CUIDA a las que cuidamos?

“Mamá me siento abandonada por X”

“No entiendo inglés, ni matemáticas y menos ciencias naturales”

“Qué fácil olvidan los hombres que tienen hijos Niyireé”

Acá estoy un martes cualquiera de noviembre después de un desborde de maternidad inmenso, llorando en una esquina de mi cama. Estoy cansada, todos los días me levanto temprano, hago yoga, medito, práctico mis ejercicios, como sano, preparo meriendas, llevo cuentas mentales, sustituyo el papel toalle cuando se acaba, doy de comer a los gatos, manejo moto en Caracas, esquivo carros, corrijo documentos, pienso estrategias, organizo vacaciones y un largo etc, etc, etc por llenar que nunca, nunca culmina. 

Sé que mucho escribimos las feministas de la crianza, de lo complejo que es maternar solas, incluso cuando consigues a compañeros que parecían maravillosos para ejercer paternidades y luego, se difuminan como la espuma y olvidan los lazos afectivos que gestaron con las infancias que criaron junto a ti.  Por mi trabajo siempre hablo de los roles y estereotipos de género y las tareas de cuidado no compartidas.

No obstante, aceptar que soy la mamá multitareas ―que odia enormemente los grupos de WhatsApp del colegio y los días de luna nueva se desborda— ha sido una tarea difícil, justo caí en cuenta de que yo hago parte de las estadísticas de hogares venezolanos matricentrados con jefaturas de hogar femeninas en donde las mujeres se encargan de los cuidados, la crianza y proveer económicamente, según datos estadísticos de la  ENCOVI el 53% de hogares venezolanos los encabezan mujeres solas.

Una de las consecuencias de las cargas de cuidado sobre las mujeres es el estrés crónico derivado de las preocupaciones, la falta de tiempo personal y las responsabilidades acumuladas que puede llevar a problemas de salud mental, como ansiedad y depresión; la presión de asumir solas todas las responsabilidades del hogar y la crianza genera altos niveles de estrés y agotamiento emocional y dicho desgaste puede verse agravado por la carencia de redes de apoyo familiares o sociales.

Muchas veces me han dicho “es que tú has tenido mucha ayuda, el papá está presente o tu mamá te la cuida”, y, en honor a la verdad, sí he tenido etapas donde he recibido apoyo de mi familia y de personas cercanas, además, mi chama tiene una figura paternal a la cual recurrir en caso de emergencia. Sin embargo, eso no hace que mi carga sea menor o menos pesada, la mayoría del tiempo, por no decir las 24 horas del día, soy la “Mamá que resuelve”, pagar el colegio, la danza, comprar la ropa, el regalo de navidad, dejar los almuerzos hechos, levantarse a las 4 de la mañana a hacer desayunos, garantizar la vida y su continuidad día tras día, mes tras mes, año tras año, desde hace 12 años aproximadamente.

Siempre un paso más allá, sosteniendo a una ser humana que está aprendiendo a cuidarse, pero mientras eso sucede somos las madres las que garantizamos ese crecimiento, tapando las cagadas de otros y gestionando solas muchas emociones que no siempre son nuestra culpa. A lo que se suma la labor de recordar diariamente a los padres biológicos y no biológicos el compromiso de criar física, emocional y sentimentalmente a una persona, que habla, come, expresa y siente todo cuánto pasa a su alrededor.

Hablando con M., reflexionába en el ejercicio de la maternidad y todas las complejas aristas que trae consigo. Recuerdo que hubo un día que comprendí que esto no se acaba hasta que se acaba, ¿sentirán igual los hombres padres? Sin temor a equivocarme, no lo creo. M., se presenta una y otra vez en mi cabeza con esa frase lapidaria que me dejó anonada y algo quebrada por varios días: “¡Qué fácil olvidan los hombres que tienen hijos y los vínculos que generan con ellos sean o no sus padres biológicos!” Sí, simplemente hacen borrón y cuenta nueva, mientras nosotras (habrá excepciones) nos quedamos ahí, acompañando, maternando y haciéndo lo mejor posible a lo que se suma una sociedad que señala constantemente tu forma de ser mamá. No se nos permite estar cansadas, no se nos permite sentirnos mal, no se nos permite no querer cuidar o salir del modo MAMÁ. Revisando datos y estadísticas me encontré que la falta de apoyo a las mujeres madres puede dificultar la gestión emocional de conflictos o situaciones de estrés en el hogar, afectando no solo a las madres, sino también a sus hijos, lo que podría generar un impacto intergeneracional en la salud mental.

Hoy, me desborde, tenía días seguidos llegando reventada a explicar temas escolares porque los colegios no responden pedagógicamente, debido a la falta o nula calidad de nuestra educación. Así pasé días en que todas las noches llegaba remamada a explicar una vaina que no recordaba desde mi paso por bachillerato. Pero hoy, no aguanté, exploté y me senté a llorar… Lloré y gimotie… No es ser madre, no es la adolescencia, es lo jodido de las construcciones maternales del cuidado y la crianza. Nadie apareció a preguntar si estaba bien, no tuve una palmada en la espalda, no hubo un abrazo consolador y lo único que quería era llorar y ser abrazada. No supe a quién recurrir, solo seguí llorando hasta que se abrió la puerta y mi propia cría me abrazó fuerte y me dijo “no me gusta verte llorar»… Y así desde pequeñas nos toca, aprender a cuidarnos entre nosotras mismas, es una sociedad que te dice “¡debes hacerlo sola y sufridamente!” porque las paternidades brillan por su ausencia y siempre se les justifica el abandono. 

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