Un caudal destructivo que nos convoca a la emergencia (I)

Hiperconsumo e hiperprecariedad

Durante las primeras décadas de la posguerra en el siglo XX el sector público se expandió a través de las instituciones y políticas relacionadas al bienestar social (seguridad social, educación y salud), la creación de empresas en sectores de interés público (servicios, transporte, comunicación) o para controlar recursos “estratégicos” para las economías nacionales (siderúrgica, industria militar, hidrocarburos). La expansión de lo público fue la principal forma de mediación y legitimación gubernamental de las democracias representativas frente a la emergencia de movimientos y demandas sociales.

Al mismo tiempo, la economía del sector público produjo extensas burocracias en donde circulan los grupos de poder político-burocráticos que capturan y disputan las rentas derivadas del crecimiento del gasto público, o que tienden a instrumentalizar el Estado para establecer relaciones clientelares sobre la sociedad. Así, después de un ciclo de expansión, el sector público tiende a descomponerse entre la ineficiencia y la corrupción rutinaria de su función de seguridad social y garantía del principio de bienestar general, pero que no es más que la expresión de los intereses de poder y los privilegios administrativos que se forman en su entramado burocrático. 

En términos generales podemos afirmar que, frente a la conflictividad abierta durante la revuelta global de los 60s, los Estados tendieron endeudarse para incrementar el gasto público y ganar cierta gobernabilidad sin comprometer cambios en las estructuras sociales y las relaciones de poder interpeladas por las revueltas (más bien afianzando el desgaste burocrático de los sistemas de bienestar), abriendo paso a un cambio de mando hacia los nuevos acreedores financieros que habían surgido del crecimiento de capitales transnacionales en el mercado global.

Con la caída del sistema de Bretton Woods en 1970, en donde “el control monetario se desplazó del Estado-nación hacia los sistemas globales, y el control sobre la deuda pública empezó a escapar de las entidades nacionales soberanas y someterse a mecanismo de valor determinando en el mercado global por los poseedores de capital financiero. Con el desplazamiento de la deuda pública hacia los mercados bursátiles, explica Christian Marazzi, `los mercados financieros han asumido un papel que, en el pasado, fue responsabilidad del Estado keynesiano, es decir, la creación de la demanda efectiva indispensable para asegurar la continuidad del crecimiento´” (Negri y Hardt. Asamblea, p. 224).

Ya para la década de los 80s la crisis de la deuda pública recorre a gran parte de los Estados-naciones -fundamentalmente en los “países en desarrollo”-, comenzando un proceso de desmantelamiento de las políticas de bienestar social, desregulación y desprotección de la economía nacional, y abriendo paso a un intenso proceso de privatización de lo público. Las políticas de desarrollo y el papel regulador del Estado sobre la economía nacional son sustituidos por una racionalidad empresarial de la gobernanza, en donde la inversión privada, el interés de ganancia y el libre movimiento de capitales se plantearon sustituir el desgastado y burocrático protagonismo del sector público en la oferta de mejores condiciones de vida para la población, así como adaptarse al desborde de los centros de trabajo rutinarios y disciplinarios provocado por las nuevas generaciones que reclaman más autonomía y nuevos proyectos de liberación colectivos e individuales. 

Así queda servido el contexto para la reestructuración neoliberal de finales del siglo XX, pero el desmontaje a continuación del sector público no es tanto una liberación de la burocracia o de los privilegios del poder de las clases políticas, sino un desmantelamiento de los mecanismos de seguridad social asociados a la solidaridad (educación y salud pública), o el ahorro popular (prestaciones sociales, jubilaciones, etc.), mientras los recursos y espacios comunes empiezan a ser rápidamente dispuestos para privatización. 

La privatización de empresas públicas, la tercerización de funciones administrativas a través de contratistas y empresas privadas (en general determinadas por las relaciones directas e incluso personales entre la clase política y los grandes capitales y la corrupción), la influencia de capitales privados en la toma de decisiones a través lobistas y el financiamiento de actores políticos, el clientelismo como vía para la acumulación de capital político (el paso de partidos ideológicos y representativos a partidos-empresas), se convierten en elementos constitutivos de la gobernanza y las estructuras normativas de la administración neoliberal como vaciamiento de lo público (Negri y Hardt. Asamblea, pp. 299-304).

El sector público (así como el Estado) no tienden a desaparecer sino a ser constantemente desfalcado, transfiriendo con regularidad recursos públicos a manos privadas, mientras que las instituciones del Estado (sobre todo las orientadas al bien común, como la salud, la educación o los institutos de seguridad social) tienden a precarizarse constantemente. 

Al ritmo de la globalización a finales del siglo XX, el capital transnacionalizado y financiero, se desprendió de cualquier arraigo nacional y se abrió a un mercado global desde el cual interactúa con las economías nacionales, ejerciendo una presión para desmontar las barreras para el flujo de capital, acabar con las regulaciones proteccionistas y privatizar lo público; al mismo tiempo que afianzó la institucionalización de una agenda de gobernanza global.1

Los capitales financieros se movilizan por el mundo buscando las mejores condiciones para la producción, fundamentalmente trabajo precario y flexible en las periferias urbanas y rurales (el llamado redespliegue industrial), mientras que concentra los circuitos de acumulación de capital en las metrópolis contemporáneas, en donde captura las rentas del consumo y de la demanda de servicios. La acumulación de capital ya no se concentra en las ganancias de la explotación directa del trabajo en centros industriales o edificios burocráticos, sino de la extracción de una riqueza que se produce cada vez con mayor autonomía por la cooperación social, articulada en torno al trabajo inmaterial y a los servicios de consumo, relegada a condiciones de precariedad y forzadas al endeudamiento. Los créditos, préstamos u otras herramientas del capital financiero, cubren el déficit de la política social pública y se sostienen sobre la incapacidad de sostener condiciones de vida satisfactorias con los ingresos regulares de la población.  

Las grandes corporaciones que proveen servicios de comunicación a cambio de la apropiación de datos personales también establecen una relación extractivista entre capital y sociedad. La “minería de datos” puede ser una referencia clave, aquí la expresión de nuestra subjetividad es extraída y registrada como insumos para la industria de la publicidad -la más determinante en la sociedad de consumo contemporánea- o para las agencias de vigilancia estatales, a cambio del acceso a servicios de comunicación formalmente gratuitos. 

La extracción de recursos naturales también se reimpulsa hacia nuevas fronteras bajo las demandas energética y de minerales para la aclamada “revolución verde” en las potencias centrales y el surgimiento de China como potencia industrial. En el caso de la minería, las corporaciones comercializan los minerales en el mundo obteniendo la mayor parte de la riqueza, pero la producción/extracción de los minerales tiende a relegarse a poblaciones precarizadas de pequeños mineros en general sometidos a regímenes paraestatales o militarizados. Otro caso han sido las plantaciones extensivas de monocultivos para biocombustibles (extracción de energía de la tierra) que han desplazado a las poblaciones rurales y sus tierras para producción de alimentos.2

La extracción somete las formas de la producción social de la vida y al mismo tiempo desterritorializa la concentración de riqueza, rompiendo cualquier compromiso con la sostenibilidad, las condiciones de reproducción y el futuro de los cuerpos y territorios que somete.

La dinámica del enclave, asociada al extractivismo, cuenta con una larga historia en la región, referida en primer lugar a la extracción de minerales y la exportación de diferentes materias primas (caña de azúcar, guano, caucho, madera, entre otros). Pueblos-campamentos, a veces convertidos en ciudades, conocen de la noche a la mañana el esplendor y el derroche, la pobreza y la riqueza extrema. Pero cuando las luces finalmente se apagan y el capital se retira para expandirse en otras latitudes en busca de commodities baratos, dichos territorios suelen ofrecer la repetida imagen del saqueo y del despojo; postales de un territorio fuertemente degradado, convertido en zona de sacrificio, que sólo deja como legado a las comunidades locales los impactos ambientales y sociosanitarios” (Svampa, Hacia un neoextractivismo de figuras extremas, pp.71-72).

Incluso en las nuevas formas del tele-trabajo o del trabajo de servicios de transporte para aplicaciones digitales, el capital responsabiliza a quien trabaja del mantenimiento de sus equipos, vehículos, computadora, celular, etc., así como no tiene ninguna responsabilidad con la seguridad, la salud o la vida de las mismas personas, la dinámica del enclave también se reproduce en la forma como se relaciona el capital con los cuerpos del trabajo. 

La extracción como dinámica de acumulación nos expone un capital cada vez más externo a los circuitos de producción y generación de recursos, en donde cada vez tienen más autonomía los intercambios y la cooperación que se constituye en la vida social. La acumulación de capital se afianza así en prácticas de despojo y transferencia de recursos hacia los centros financieros más que en su producción, así como en la intermediación que se impone en la distribución y el servicio a los consumidores. 

Precarizar la producción, explotar la intermediación del capital en el acceso a bienes y servicios y estimular una compulsión ansiosa y adictiva del consumo, suponen las tendencias del capitalismo contemporáneo. Aquí se cruza el crecimiento del narcotráfico y la industria farmacéutica, en donde el consumo aumenta en el mundo, con la sobreexplotación de los cuerpos y la oferta de estimulantes, antidepresivos y drogas sintéticas.

La industria del entretenimiento y la información -subsidiaria de la publicidad- captura y extrae una renta de nuestro tiempo “libre”, intensificado tras la pandemia y la cuarentena global del año 2020 y la digitalización de la vida que se impuso como “nueva normalidad”. La creación de una economía de productos desechables, desde los teléfonos inteligentes que se desactualizan cada año, hasta la sustitución del hierro por el plástico en los productos para ferreterías, las nuevas líneas de productos desechables están relacionados con el auge de producción made in China en condiciones de trabajo de una semi esclavitud moderna.

Como la fábrica-cuartel de la multinacional Foxconn en donde se produce los componentes de los teléfonos inteligentes, fundamentalmente los IPhone, conocida internacionalmente por ser un complejo para más de 400.000 trabajadores y con instalaciones para mantener viviendo ahí a un poco más de 100.000, que ha estado expuesto a la opinión pública tras el constante caso de suicidios entre sus trabajadores, sobre todo de jóvenes.

Se expande la extracción de recursos naturales hacia un sobreconsumo que lleva al límite la capacidad de la tierra, al mismo tiempo que se refleja la precariedad del modo de vida. El capital está llevando a un límite la sostenibilidad de la vida de la tierra y de nuestros cuerpos al someter cada espacio de tiempo y de territorio a sus circuitos de extracción, aunque tras cada uno de estos ejes que sólo nombramos podemos encontrar dinámicas de resistencia, modos de producción y reproducción de tejidos sociales para la vida, por ahora nos sólo estamos señalando las tendencias que vienen “desde arriba”.

Este proceso de concentración de capital ha sido empujado por la revolución de las tecnologías de la información, la comunicación y el transporte que han construido las bases de la globalización, y en la medida en que llegan a un límite en su capacidad de innovación, se sostienen en la promesa de una utopía tecnológica que libraría la humanidad del trabajo, lo cual no es más que la utopía del capital de prescindir del trabajo ¿será entonces un mundo de desempleadxs, desplazados por las máquinas de las élites multimillonarias? Pues en tal caso la utopía de la liberación del trabajo es la de abolir la sobrevivencia como condición para vender la fuerza de trabajo (la misma que se mantienen desde el comienzo de la revolución industrial), desechar el trabajo para la acumulación de riqueza -que siempre es ajena y de unos pocos- y poder dedicar nuestro esfuerzo y creatividad humana a la construcción de un mundo para la vida y la libertad.

Efectivamente el problema tiene que ver con la frontera entre trabajo y ocio, y la revolución digital del capital captura esta tendencia de libertad al incorporar mecanismos de juegos en el trabajo y difuminar esa frontera, pero no es el esfuerzo libre y creativo lo que nos ocupa el tiempo, sino el trabajo maquínico y el entretenimiento embrutecedor desde que despertamos hasta que nos acostamos (intensificado con el tele-trabajo desde el hogar) reduciendo aquellas 8 horas de descanso y sometiendo las 8 horas de ocio que eran parte del pacto social de bienestar propuesto por la antigua clase obrera. Fuera de toda utopía tecnológica, lo que aparece en el horizonte son distopías totalitarias proyectadas por el control o la regulación de la subjetividad y el comportamiento a través de los algoritmos, los nuevos dispositivos de vigilancia y ahora la nueva ola de precarización (no sólo del trabajo sino también de la calidad humana de la información que consumimos, y por lo tanto de la educación y la valorización de la producción de conocimiento, cimientos de una sociedad libre) que promete ser la inteligencia artificial. 

Notas

  1. Desde la década de los 80s se ha constituido una tendencia a la sustitución de la burocracia del Estado, por una articulación de agencias globales y oenegés como nuevas burocracias disgregadas y relacionadas directamente con el capital corporativo global. Por un lado, el sistema de Naciones Unidas y sus agencias son financiadas por grandes corporaciones con una incidencia a la par que la de los Estados que la componen, por otro lado, a través de las fundaciones privadas ejercen una intervención directa en la agenda social y política en todo el mundo. Como referencias emblemáticas podemos destacar a la fundación de Bill Gates (propietario de Microsoft) como uno de los principales donantes en las agencias de las Naciones Unidas, mientras que la fundación Open Society de George Soros (empresario financiero) maneja un sistema de financiamientos directos a organizaciones no gubernamentales. Las oenegés forman la base de esta heterogénea y fragmentada burocracia social, en donde los activistas sociales logran financiarse proyectos de “incidencia social” asociados a las directrices que proponen los financistas (en general bajo una agenda relacionada al reconocimiento de derechos humanos en las claves del neoliberalismo progresista comentado anteriormente), que no sólo sustituye a la política social estatal, sino que también se adapta al trabajo desregulado e inestable (bajo el trabajo por proyectos, pago de honorarios y lapsos definidos) al mismo tiempo que dispone de la vocación de autoorganización del activismo social contemporáneo pero bajo un diseño que impide la autonomía o autogestión económica, más bien estableciendo una relación de dependencia hacia sus financistas. Los financiamientos sociales se mueven en el mundo en función de las emergencias sociales que aparecen de un lado a otro, actuando más para paliar escenarios de conflictividad social o crisis humanitaria (término más institucional) que por la transformación y solución definitiva de los problemas abordados. Se trata de una gobernanza de la emergencia, más que una respuesta a la misma, “ (…) La administración neoliberal, como modo de gobernanza, no niega las características desbordantes, inconmensurables y fragmentadas, así que no pone realmente fin a la crisis. En contraste con el gobierno, la gobernanza neoliberal genera y mantiene una forma de control en red, plural y flexible, que se basa en una débil compatibilidad entre los fragmentos. La clave para la administración neoliberal es cómo ser capaz de funcionar en un estado de crisis permanente, ejercer el poder de mando y extraer valor incluso cuando ya no puede controlar o procesar el campo social productivo que está por debajo“ (Negri y Hardt, Asamblea, p. 292) 
    ↩︎
  2. Aquí la globalización capitalista se expresa en sus más nocivas paradojas, pues mientras estos monocultivos sustituyen la producción local de alimentos, desplazan la pequeña propiedad o el uso comunitario de las tierras en donde la población puede trabajar, vivir y alimentarse de la tierra, por nuevas haciendas de miles de hectáreas que incorporan mucho más capital que trabajo, dejando una multimillonaria renta para poco propietarios y miles de pobladores sin trabajo. Al mismo tiempo los alimentos locales tienden a ser sustituidos por productos importados, de precaria calidad nutricional, una gran incorporación de conservantes o provenientes de una agricultura de gran escala con agrotóxicos, que permiten que sean “competitivos” en el mercado, aún cuando tengan que trasladarse de un lado del mundo a otro, ¿pues entonces qué sentido tiene utilizar la tierra para producir biocombustible, traer alimentos precarios de otro lado del mundo y desplazar a las poblaciones rurales? No es más que la escala de la acumulación de capital que se impone sobre la escala de las condiciones de vida, mientras más largo y global sea el circuito de producción-distribución más son las rentas que se extraen en todo el proceso, y más precario es el producto final. En el valle del Cauca en Colombia, inundado de plantaciones de caña de azúcar para biocombustibles, la guardia indígena y los consejos de autoridades indígenas son una de las expresiones más desarrolladas de procesos de resistencia bajo la consigna de “la liberación de la madre tierra” y la necesidad de alimentar-nos desde la tierra en comunidad.
    ↩︎
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