La actualidad del 11 de abril: golpe, contragolpe y los flujos del poder (III)

Contragolpe

A la caza de la oportunidad

El movimiento chavista parecía derrotado después del anuncio del General Rincón sobre la renuncia del presidente y la decisión posterior de Chávez de entregarse a los golpistas. Sin la presencia del máximo líder, había miedo sobre la persecución política que podrían sufrir algunos dirigentes del chavismo, sobre todo los que habían sido más confrontativos con los nuevos ocupantes del poder. El refugio en embajadas era de esperar ante el asedio que empezarían a sufrir los partidarios de Chávez, y las fuerzas de seguridad del nuevo gobierno durante el 12 de abril se atreverían a hacer hostigamientos a las sedes diplomáticas, pensando que había posibles asilados. La embajada de Cuba, particularmente, sería amenazada y atacada para entregar a unos supuestos fugitivos chavistas. 

La cacería de brujas en principio disgregaría a los referentes del chavismo, o los haría adoptar una posición discreta, adaptándose a los acontecimientos. Militares chavistas o que repudiaban el golpe de Estado mantendrían obediencia al gobierno de Carmona sabiendo que estaba en juego sus propias cabezas. Sin embargo, desde tempranas horas del 12 de abril la noticia de que Chávez estaba detenido y no había renunciado, se filtraba de Fuerte Tiuna. La indecisión de los generales golpistas empezaba a tener consecuencias, ya que dicha información sembraba dudas en el chavismo sobre el abandono del cargo del presidente. Y si ya había incertidumbre en sus seguidores con respecto a si lo que ocurrió fue renuncia voluntaria o un golpe de Estado, aumentaría la sospecha de una conspiración la aparición en el programa televisivo del periodista Napoleón Bravo de dos de los líderes del complot, Víctor Manuel García y el Almirante Tamayo, ufanándose de la estrategia para derrocar al Presidente Chávez. El malestar de los afectos al presidente empezaba a fraguarse a partir de la arrogancia de los triunfadores, de la escasa información que existía sobre el presidente depuesto y la persecución a sus representantes políticos. 

Carlos Monila Tamayo

Desde los refugios en que se guarecían para evitar represalias los conductores del chavismo, empero, no tenían una posición pasiva. Ellos habían sido testigos del golpe de Estado a Chávez y esperaban alguna oportunidad para salir en rescate del presidente. Agazapados y sin poder enfrentar frontalmente a los golpistas, aguardaban un error táctico del adversario, una ventana dejada abierta por donde podrían contraatacar. En sigilo, se organizaba el movimiento de reconquista del poder a través de las redes y asociaciones populares que Chávez había ordenado crear al llegar al poder. Y estas agrupaciones, algunas formales como los Círculos Bolivarianos y otras más orgánicas, como asambleas vecinales, serían de los instrumentos principales para hacer volver a Chávez a Miraflores. 

Pueblo organizado

Isaías Rodríguez, Fiscal General del gobierno chavista, sería el primero en arriesgarse y comunicar a la opinión pública que el Presidente Chávez no había renunciado. La declaración terminaría censurada por parte de los medios de comunicación, y Rodríguez se ganaría la persecución directa de la policía que apoyaba al gobierno de facto. El General García Carneiro, comandante de la unidad militar más importante de Caracas, también empezaba operar sobre otros efectivos militares, aduciendo que había ocurrido un golpe de Estado. En la ciudad de Maracay el General Baduel, jefe de un poderoso comando, se mostraba renuente a aceptar del todo al gobierno de Carmona y especulaba con la posibilidad de enfrentar a los golpistas. Y esta nueva conjura, ahora en contra del gobierno de facto, se aceleraría a partir del decreto y de la auto-juramentación de Pedro Carmona en la tarde del 12 de abril. 

García Carneiro

El chavismo, al anunciarse al país el estatuto inconstitucional del nuevo gobierno, pasa a la ofensiva. Organiza a sus adeptos a que se acerquen a Fuerte Tiuna y exijan conocer la situación de Chávez. Los Círculos Bolivarianos se reactivan y en pequeños ejes a lo largo de la ciudad llamarían a protestas y manifestaciones de rebelión. Se empezaría a gestionar con medios de comunicación internacionales un derecho a palabra para denunciar el secuestro del presidente, ya que no había renunciado. La conjura para el derrocamiento de Carmona va sumando apoyos, a pesar de que los medios de comunicación nacionales todavía están plegados a las órdenes de los golpistas y se empeñan por ignorar cualquier información que debilite al gobierno de facto. 

El poder no se reparte

El General Vásquez, que había sido dejado de lado para integrar el gabinete ministerial de Carmona, progresivamente enfría su participación en el nuevo gobierno. Evadiría las instrucciones del Almirante Ramírez sobre disposiciones militares, eludiendo necesarias remociones de cargos en unidades de combate que son dirigidas por afectos al chavismo. Calcula que su autoridad en el Ejército se vería menguada si inicia una confrontación con generales como García Carneiro o Baduel u otros que tengan mando de tropa. Solo se encarga de impedir que haya movimientos de batallones o brigadas, pero no obstruye la nueva conspiración.

Durante toda la noche del 12 hasta el amanecer del 13, el chavismo seguiría trabajando en las conexiones políticas y militares que cambiarían la correlación de fuerzas. Carmona la mañana del 13 continúa sus esfuerzos de legitimación, esta vez sabiendo que la reacción de la sociedad no fue positiva al decreto promulgado y buscando ampliar la base social de su gabinete incluyendo a un importante sindicalista como Manuel Cova. Desde Maracay, el General Baduel se pronuncia en favor a retomar el hilo constitucional. El chavismo le aplaude y una multitud acompaña a Baduel en las afueras de su cuartel. En Caracas empiezan a ocurrir mayores manifestaciones populares a favor de Chávez y que en muchos casos escalan a disturbios. Carmona es informado por sus militares de la delicada situación y es asesorado para que hable con los medios de comunicación más importantes para establecer una férrea censura. Los medios, que lo habían apoyado el día anterior, después del decreto venían vacilando sobre su papel con el gobierno de facto y se les hacía difícil hacerse la vista gorda con lo que pasaba. En la reunión con ellos, Carmona recibiría fuertes críticas sobre su escasa intención democrática. Para aplacar los ánimos ofrecería un puesto ministerial a alguno de los presentes, en la desesperada tarea por recuperar la confianza de algún sector que hacía 24 horas lo respaldaba plenamente. Escasos minutos después de aquel encuentro, el gobierno de Carmona recibiría un letal revés. La pérdida del control del Palacio de Miraflores.  

Vuelta a los orígenes cuartelarios

El General García Carneiro había establecido un enlace con el Coronel Morao, el comandante de la guardia del Palacio de Gobierno. Este se había mostrado ambiguo en un inicio y se plegaba a las órdenes de Carmona y del Almirante Tamayo, aunque todavía mantenía lealtad por Chávez. Ante la noticia de que el presidente saliente no había renunciado se pone a la orden del complot chavista. Un grupo de manifestantes empieza a llegar a la sede de gobierno exigiendo que retorne el Presidente Chávez. El Coronel Morao, sabiéndose respaldado por los manifestantes y por las tropas del General García Carneiro desde Fuerte Tiuna, y previa llamada del General Baduel, desde Maracay, incitándolo a tomar acciones contra los golpistas, da la orden de la retoma de Miraflores, lo que en la práctica significaría la huida in extremis de Carmona y parte de su comitiva. Otros miembros del gobierno de facto quedarían atrapados en el palacio, uno de ellos Daniel Romero.

El Presidente Carmona huye hacia el este de la ciudad, zona de mayoría opositora, con su gobierno herido de muerte. No le quedaba, pues, más remedio que afincarse sobre los militares que lo habían puesto en el gobierno, el Ejército. Y partiría a Fuerte Tiuna, a tratar de recomponer algo del poder que intuía que se le estaba escurriendo de las manos. Para ese momento, le urgía a Carmona dar marcha atrás al decreto de la víspera y reconquistar la lealtad de los militares, ante tamaña muestra de desobediencia en Miraflores. Iba convencido de cambiar al Almirante Ramírez por un hombre del Ejercito, Vásquez u otro que ellos decidieran. Pensaría Carmona que su gobierno se recompondría ahí donde en realidad había nacido, en la Comandancia del Ejército. Pero la situación en Fuerte Tiuna distaba de ser la que esperaría el presidente de facto.

Soldados en el Palacio de Miraflores

El General Vásquez había sido increpado esa mañana por algunos oficiales, sobre todo coroneles y tenientes coroneles, jefes de tropa, sobre los hechos que llevaron a la renuncia de Chávez. Exigían ver la carta que certificaba la dimisión. Vásquez les ofrece una reunión para horas de la tarde. Olfatea que el tablero de juego se inclina a favor del chavismo y sabiéndose muy implicado en el golpe de Estado, reúne a todos los generales del Ejército que todavía apoyan a Carmona para tratar de aplacar las quejas de aquellos oficiales. Los generales Lameda, Poggioli, Lugo, Ruiz, Martínez Vidal, Fernández, Cárdenas y Rosendo, entre otros, no logran explicar lo inexplicable, es decir, la inexistencia de la renuncia ni de viva voz ni de puño y letra del Presidente Chávez. A los oficiales jefes de tropa se le suman pronto el General García Carneiro y su segundo, el General Silva y exigen un pronunciamiento institucional del Ejército que hable del retorno a la senda democrática. Entre idas y vueltas de aquel encuentro, finalmente el General Vásquez anuncia en televisión que el Ejército exige al gobierno de Carmona dar marcha atrás al decreto y a tomar una serie de medidas que recompongan el estado de Derecho en Venezuela. El ultimo sostén del gobierno de facto lo abandonaba a su suerte. 

El presidente en su laberinto

El presidente Chávez había sido trasladado la noche anterior a otra guarnición militar ante la presencia de manifestantes que rodeaban Fuerte Tiuna. A medida que el contragolpe chavista ganaba terreno, el 13 de abril, se decidía trasladarlo a La Orchila, isla en el Caribe venezolano dispuesta para las vacaciones del Jefe de Gobierno. Ahí yace incomunicado y entre el Coronel Rodríguez y el Cardenal Velasco buscan convencerlo de firmar la renuncia, tratando de arreglar el entuerto legal que en tierra firme provocaba el tambaleo del gobierno de Carmona. Chávez a esas alturas empezaba a sospechar de las intenciones de sus interlocutores y con distintas maniobras dilatorias, evade concretar la dimisión. Algunos militares a cargo de su custodia le muestran simpatía y le alientan en un momento tan crítico. Esa pequeña pero importante muestra de apoyo lo sostendría al presidente en su decisión de ganar tiempo, a la espera de que cambiase su fortuna. Idea que, horas después, empezaría a tomar cuerpo. 

Una muerte y una resurrección 

Con Miraflores ya en manos de las fuerzas chavistas, empezaría la arremetida final. Desde Maracay el General García Montoya, oficial de más alta graduación, en conjunto con los generales Baduel, Torres, Acevedo y el comandante Castro Soteldo, prepara la Operación de Restitución de la Dignidad Nacional. Consistía en el rescate del legítimo Presidente de la República, Hugo Chávez, y su restitución a la primera magistratura. Ya tenían información de que el presidente estaba retenido en La Orchila y además de preparar la operación, se empezaría a recuperar el control de las guarniciones militares del país, que para ese momento apoyaban mayoritariamente a Chávez. En Fuerte Tiuna, el General Silva se disponía a apoderarse del lugar y arrestar, al fin, a los golpistas. Luego del pronunciamiento de Vásquez, Carmona comunica su intención de restituir la Asamblea Nacional, pero es un gesto demasiado tardío. Ya no tiene autoridad y menos aún, mando. Y el punto final de su gobierno ocurriría en las oficinas de la Inspectoría General de las Fuerzas Armadas, en donde rodeado por los generales golpistas Carmona vería la llegada de un grupo comando con órdenes de aprehenderlos. Harían aparición el Ministro de Defensa de Chávez, Rangel, y el General Rincón, el que había anunciado la renuncia del presidente. Ambos habían permanecido en la sombra, desde donde planificaban el retorno del líder del chavismo. Había caído Carmona. El golpe estaba caput.

No poco nerviosismo habría en La Orchila, ya entrada la noche del 13, cuando el comandante militar de la isla anunciaba que se aproximaba una unidad élite de paracaidistas. Chávez, el cardenal Velasco y el Coronel Rodríguez, cada uno por su cuenta, pensaban en el peor escenario, una resolución violenta a las estériles negociaciones por la firma de la renuncia. Pero después de casi 48 horas fuera del poder y relativamente incomunicado, sería el destino del presidente y no el de los otros dos el que sería favorable. Los helicópteros venían al mando del General Uzcátegui y desde una fragata se disponían a tomar la isla hombres del Almirante Maniglia. Ambos coordinados desde Maracay, como parte de la operación de rescate al presidente. Aunque la orden es que lo lleven al cuartel de Baduel, en cuanto conoce la noticia de la derrota del golpe el presidente pide ser trasladado directamente a Miraflores. Sabe Chávez que tiene que hablarle al país aquella misma noche. Había aprendido la lección del presidente Pérez, cuando frustró el golpe que daba Chávez en 1992 al ponerse al frente de la televisión y afirmar que la intentona había fracasado y era él el presidente. Pero a Pérez la oposición lo seguiría combatiendo hasta eventualmente sacarlo del poder. Aquella era otra lección que Chávez, golpista antes y presidente después, tampoco dejaría de aprender.

Descomponiendo el 11 de abril

¿Fue un golpe de Estado o vacío de poder?

Una vez narrado los hechos del 11, 12 y 13 de abril y conocido algunos antecedentes, nos proponemos detenernos en primer lugar en la consideración de la naturaleza golpista de lo ocurrido, toda vez que la justicia venezolana falló en contra de que haya existido un golpe de Estado al presidente, bajo el argumento que hubo un vacío de poder temporal que en su excepcionalidad apuró la conformación de un gobierno de facto. Algunos destacados representantes de la oposición venezolana han declarado años después que ciertamente ocurrió un vacío de poder al momento de la aparente renuncia de Chávez, pero lo anticonstitucional fue el decreto de Carmona, lo que le daba una naturaleza dictatorial y antidemocrática al nuevo gobierno. Es decir, primero vacío constitucional y luego golpe de Estado. Considerar que hubo vacío de poder permite por una parte exculpar a los actores involucrados en el golpe y atenuar su responsabilidad y por otra parte le otorga cierta responsabilidad al presidente por su ausencia en el cargo y lo que esto generó luego.

Dicho esto, consideramos que lo que ocurrió fue desde el inicio un golpe de Estado en tanto que el vacío de poder fue generado por la coacción militar ejercida hacia el Presidente de la República. Otro tipo de coerciones al Poder Ejecutivo, sean hechas por el pueblo vía protestas populares, por agrupaciones políticas vía determinadas maniobras consagradas en la ley, o por acciones legales ejecutadas por algún otro poder público son raramente consideradas golpes de Estado. Los golpes institucionales no son, en todo caso, de la misma índole que los realizados vía acción o amenaza militar. En el caso del 11 de abril, el desconocimiento al presidente en funciones por parte de las fuerzas castrenses y sobre todo la amenaza de ejecutar acciones militares si no ocurría una renuncia dejan fuera de toda duda la hechura antidemocrática y golpista de lo sucedido aquella jornada. Más que vacío-golpe, la secuencia debe ser conspiración-golpe-vacío. 

La conspiración en sí misma, aunque fuera de la ley, no alcanza para la considerarlo golpe de Estado. Sí lo sería su consumación la noche del 12 de abril, al presidente recibir presiones y amenazas por parte de un sector de la sociedad que tiene el control de las armas del país. Incluso si Chávez hubiese firmado la renuncia y abandonado la nación, estaríamos ante el escenario de un golpe de Estado. Una situación de notables similitudes ocurrió en el 2019 en Bolivia, donde el presidente fue conminado por las Fuerzas Armadas de ese país a dejar el cargo.  A diferencia de Venezuela en 2002, en Bolivia hubo cierta continuidad constitucional al seguir en funciones el parlamento (pese a que los diputados afectos al gobierno derrocado dejasen de participar). En el caso venezolano, la naturaleza del gobierno fue golpista desde su nacimiento y se agudizó a partir del decreto emitido por Carmona. Esta distinción no es menor. Los golpes de Estado venezolanos de 1945, 1948 y 1958 tuvieron consecuencias democratizantes o dictatoriales según el rumbo que llegaron a tomar. De igual modo, la Revolución de los Claveles en Portugal o el Proceso de Reorganización Nacional en Argentina, tuvieron distintos resultados en la vida democrática de cada país, partiendo ambos de un golpe de Estado. Los golpes son todos, por definición, ilegales, aunque no todos ilegítimos. El golpe al Presidente Pérez en 1992 es un ejemplo de ello. La consideración de la legitimidad del golpe de 2002 la dejaremos para más adelante.

No profundizaremos en el complejo artículo 350 de la Constitución Nacional, soporte legal de los golpistas, puesto que nos interesa más que una disertación legal una consideración amplia de los sucesos de abril y sus efectos. Sin embargo, no dejaremos de mencionar aquella plasticidad jurídica que fue la supuesta validez de la renuncia de Chávez por ser anunciada en televisión nacional por el militar de más alto rango. Aun siendo legal semejante táctica, resultaba seriamente antidemocrática, por lo que la experiencia de abril de 2002 debe legarnos una mejorar capacidad para comprender y así modificar cualquier entramado administrativo que socave la voluntad popular o el desarrollo de la vida en democracia.

Antes de analizar los motivos por los que triunfó y luego fracasó el golpe, debemos considerar las condiciones estructurales en las cuales surgió. La posibilidad de éxito y fracaso de determinada acción muchas veces se encuentra atada por sus condiciones de partida y aunque sabemos en ciencias sociales que el fenómeno humano es de los pocos que se ve modificado por la reacción a su propia evolución, la configuración inicial merece cierto examen.

Corporativismo-Despolitización-Horror-Polarización 

Por un lado, el estatismo venezolano y su influencia económica en la configuración de la sociedad había generado una suerte de corporativismo en donde cada grupo perseguía sus intereses sin la necesidad de una organización más amplia. Es decir, a los empresarios, industriales, campesinos, sindicatos, militares, Iglesia, asociaciones populares, gremios profesionales, medios de comunicación, ONG, les bastaba con negociar con el todopoderoso Estado petrolero sin tener que combinar con otros actores relevantes de la vida nacional. Ese corporativismo, además de insuflar el ya importante poder del aparato estatal, generaba los consabidos antagonismos y recelos que dejaba la pugna por la asignación de recursos. En ese contexto, los acuerdos solidarios entre partes no gubernamentales eran temporarios y la armonía amplia de una sociedad armada a partir de cierta concepción orgánica de lo social era prácticamente imposible. Cada buey tiraba de la carreta en un sentido distinto.

Además, la sociedad venezolana desde finales de la década de los 80 y toda la década de los 90 del siglo XX entró en un proceso de despolitización y crisis de representatividad. Principalmente recayó sobre los dos partidos hegemónicos desde el retorno a la democracia, pero también sobre otras formaciones con menor peso y trayectoria.  Era opinión generalizada que los partidos políticos y sus líderes, e incluso las instituciones democráticas, eran insuficientes o en algunos casos impedían el desarrollo del país. La desconfianza en soluciones vía acuerdo político estaba enraizada en sectores amplios de la sociedad, desde los más humildes hasta las elites económicas. La presidencia de Chávez y la promesa de un nuevo pacto social que sería la redacción de una nueva Constitución buscaba reparar algo de esta desconexión entre el pueblo y el Estado. Y aunque la propuesta marchaba en buen camino, no bastaba para disminuir el desdén de los venezolanos hacia cierta clase política de su país. 

De igual forma, condicionaban al golpe de abril dos eventos ocurridos en el gobierno del presidente Pérez: el Caracazo en 1989 y los intentos de golpe de Estado de 1992. El horror a los disturbios y a la ejecución del Plan Ávila, causado por el primero, y la antipatía por una forma de gobierno explícitamente no democrática, generado por lo segundo, se imponían como escenarios a los cuales no se podría volver o que serían demasiado duros de asimilar.

Por último, la polarización que generaba la figura de Chávez, su estilo de hacer política, su verso encendido e incendiario, su capacidad para romper el libreto del otro, para resignificar elementos olvidados, para disputar narrativas hegemónicas, para establecer nuevos lenguajes y para, por encima de todo, generar reacciones viscerales tanto en adeptos como en opuestos, terminaron condicionando cada acción importante los días 11, 12 y 13 de abril de 2002.

¿Por qué triunfa la conjura en un principio?

El golpe de abril inicialmente se impuso en buena parte porque el gobierno de Chávez no se decidió a desbaratar la conjura a tiempo. Tenía elementos suficientes para poder tomar medidas preventivas contra determinados factores claves de la conspiración, que en no pocos entornos ventilaban sus planes desestabilizadores. Estos planes eran quizás muy frágiles y tendrían escasa probabilidad de éxito, pero a medida que los éxitos de la oposición política crecían y por lo tanto el riesgo a la conjura, las medidas contra el complot se dilataban. La tardanza fue en parte debida a Chávez y la sobreestimación de su capacidad para detener una eventual amenaza real a su poder. Por otro lado, fue una demora estratégica, ya que el presidente especulaba que los conspiradores darían un paso en falso y así podría atraparlos a todos en un gran operativo. Pero tal acción nunca llegó a ocurrir porque Chávez tampoco recibió en las informaciones de Inteligencia el nombre de un personaje importante involucrado. Los conspiradores originales, los que planeaban derrocarlo mucho antes del 11 de abril, no parecían ser adversarios de renombre, con capacidad para una intervención en su contra a gran escala. Quizás si Inteligencia encontrase a algún pez gordo conspirando, Chávez le hubiese dado credibilidad al complot. Pero aquellos nombres propios, bien relacionados, sí, pero de escasa prominencia no podrían ser una afrenta real, o no una para un presidente que ya conocía de conspiraciones llevadas a término. 

Para cuando la conjura se había convertido en golpe en marcha, la semana del 7 de abril, Chávez ya enfrentaba varios frentes de batalla y alguna detención sobre un complotado, o alguna remoción sobre determinado enlace militar hubiese complicado el delicado escenario de lucha contra los empresarios, sindicatos, la Iglesia y ciudadanos movilizados. El detener al Almirante Molina o al recién sublevado General González le crearían más problema que soluciones, o así consideró en el momento. En rigor, hasta muy avanzado el golpe de Estado, la tarde del 11 de abril, Chávez todavía confiaba en algunos militares que estaban participando en el golpe o si no confiaba al menos creía que no se atreverían a pasarse de bando. Su pecado capital fue, como muchísimos derrocados en la historia de las conjuras militares, la confianza excesiva que se tuvo.

Por otro lado, la conjura, que era en un inicio un plan aventurado y no una operación realista para sacar al presidente del gobierno, se alimentó de los enormes éxitos políticos de la oposición a Chávez. En cierta forma, los conspiradores no tuvieron más que seguir el curso de los acontecimientos, apenas presionando por acciones más enérgicas contra el presidente, un paro patronal más largo, una portada de diario más polémica, para alimentar la confrontación entre los “trenes” que Carmona en algún momento anunció que chocarían. La rebelión civil exitosa les acercó lo suficiente para poder desencadenar un plan golpista. Fue la misma oposición que les señaló la figura que serviría como líder de un gobierno post Chávez: el Presidente de Fedecámaras Pedro Carmona. Sabían los conspiradores que la sociedad venezolana no aceptaría un dictador, necesitaban a alguien con el suficiente consenso para ser el líder que pudiera dirigir al país después de derrocar a Chávez. Hasta el paro de diciembre de 2001 no estaba claro, pero a partir de su éxito, la figura de Carmona empezaba a descollar. 

Por último, el plan desestabilizador funcionó porque no era demasiado rígido. Una planificación obstinada, con pasos a seguir extensamente detallados y la aparición de una jerarquía en la ejecución de las fases hubiese arriesgado en exceso el plan si fuese detectado por la inteligencia del Estado. Solo tenían que ejecutar la operación cuando aparecieran las condiciones ideales, que serían muy notorias, y tener en mente algún presidente a ser ungido; lo demás necesitaría mantenerse con cierta flexibilidad, lo que por cierto sería, escasas horas después, su ruina.

¿Por qué fracasó el golpe de abril?

Precisamente por dejar librado al azar ciertos aspectos del golpe de Estado la operación no tardaría en fracasar. El liderazgo no fue inequívoco, puesto que al haber conjurados civiles y conjurados militares, los acuerdos trascendentales, salvo la elección de Carmona, no ocurrieron. El complot fue comandado en su primera parte por los conjurados civiles y su relación con la oposición venezolana, pero al desarrollarse el día 11 el golpe militar, la autoridad cambiaba de lugar y los conjurados militares serían los que tomarían las decisiones. La ausencia de un jefe último, sea militar o civil, o un plan detallado que rigiera aspectos como la renuncia, el decreto o acciones contra los adversarios, dio lugar a una improvisación intolerable para sostener el régimen de Carmona. Éste era la cara del movimiento, pero no era quien decidía y las viejas reyertas corporativistas entre el civiles y militares o Ejército y Marina, y la tendencia antipolítica y de desdén a lo parlamentario afloraron al no tener un plan estricto o un cabecilla principal. 

Por otro lado, el triunfalismo que embargó a los conjurados muy rápidamente acrecentó las fisuras de planificación o liderazgo. Los conspiradores se embebieron en el éxito que quizás no pensaban que tendrían, o por lo menos no tan rápido, y apuraron errores tácticos importantes. Celebrar con licor en pleno Fuerte Tiuna mientras que aún no se producía la renuncia efectiva del presidente es la imagen más elocuente que deja el convencimiento adelantado de victoria de los golpistas. El triunfalismo moduló las emociones de los conspiradores y posiblemente de toda la oposición política a Chávez, precipitando una de sus principales consecuencias: la subestimación del adversario. 

Los golpistas también cometieron el error que cometió Chávez y dejaron de tomar precauciones esenciales para evitar las operaciones del oponente. Pensaron que el chavismo como organización política sería incapaz de estructurarse ante la ausencia de su líder, que no tenían ascendencia sobre las Fuerzas Armadas, y que el pueblo no les acompañaría luego de convencerse de que su presidente era un asesino. Más que subestimación era un hondo desconocimiento del fenómeno chavista lo que aquellos conjurados militares y civiles y una parte de la sociedad tenían, y que resultó esencial para la posibilidad del contragolpe de Chávez.

Pero aun con un plan incompleto o un liderazgo cambiante, con un agobiante triunfalismo, o con una pobre ponderación de Chávez y su gente, quizás el golpe hubiese tenido mejor fortuna si entre algunos de aquellos hombres decididos a evacuar a Chávez del poder hubiera existido experiencia política o capacidad para construir poder. Los golpistas fueron exitosos eliminando a Chávez de Miraflores, pero incapaces de construir un gobierno. Pensaron que bastaría ganar una batalla, aquella que dieron la madrugada del 12 de abril, para recibir como premio la presidencia. O pensaron que alcanzaría con presentar una figura importante, Pedro Carmona, la segunda más relevante del país después de Chávez, para recibir patente de corso en su accionar al frente del Estado. Los conjurados no estaban preparados para aquel flujo indomable que era la política en su estado puro, puesto que borrando a la Asamblea Nacional y a otros representantes se quedaban solos en la tarea de convencer a todos. Y si algo puede ser el poder es una corriente que atraviesa voluntades, juntando fuerzas y derrumbando imposibles. En esa gran ola se habían subido los conspiradores para llegar a derrotar al presidente. Una ola que supieron surfear y que realmente no generaron. Pero cuando la coronaron y quisieron dirigirla hacia sus propios fines, se hallaron impotentes porque de eso no sabían nada. Porque sabían bracear, pero eran incapaces de mantenerse a flote. Y cuando la conspiración golpista dejó de avanzar, cuando llegó a ese punto máximo que fue su decreto a trocha y mocha, cuando ya le tocaba ahora sostenerse por sí misma, ya la conjura era demasiado pesada y se hundía presurosa en las turbulentas aguas a la que ninguno de los conjurados podría resistir. 

Errores tácticos de la conjura

Una vez entendido las orientaciones generales por la cual funciona y fracasa el golpe de Estado de abril de 2002, podemos abordar los errores específicos cometidos por los golpistas, producto de las deficiencias de forma y de fondo que tenía la conspiración.  

El error que condicionaría irremediablemente toda la asonada golpista sería, por supuesto, la no renuncia de Chávez. Estando preso no había manera que el naciente gobierno pudiera tener legitimidad y sería considerado una dictadura. Si el complot le hubiese arrancado la renuncia formal a Chávez, aun si después denunciase desde Cuba había sido bajo coacción, el presidente derrocado hubiese tenido más obstáculos para generar credibilidad de que sufrió un golpe de Estado y su autoridad probablemente se hubiese deteriorado para darle oxígeno al gobierno de Carmona mucho más tiempo que las escasas 36 horas que tuvo. Este error táctico fue producto de una furibunda animadversión hacia la figura de Chávez, una división del liderazgo en el momento crítico y una desestimación de la debida forma en lo legal y lo simbólico.

El otro gran paso en falso fue, por supuesto, el decreto de la constitución del gobierno de facto. Ya hemos hablado que privó la conveniencia política sobre la legal, es decir que no era unánime su apoyo. Es probable que con la renuncia formal y salida del país de Chávez se hubiese tolerado mejor el decreto dada la acefalía real del Estado, con las modificaciones pertinentes por medio, al menos para la oposición política de Chávez. Pero de igual forma hubiese tenido resistencia en distintos sectores, generando suficiente inestabilidad para Carmona y concluyendo en unas apuradas elecciones. Pero no hubo tal renuncia, el decreto fue el que fue y la sociedad civil que en principio apoyó a Carmona rápidamente le dio la espalda. El error del decreto fue producto de una profunda desconfianza en la clase política tanto chavista como no chavista, una notable escasez de olfato político, y el triunfalismo de pensar que la renuncia estaba de cierta forma resuelta.

Un yerro que ha sido objeto de debate es la decisión de conformar un gobierno con una cabeza visible y no una Junta de Gobierno con representantes de distintos factores de la sociedad. Una junta conformada por Carmona, algún militar de alto rango y algún representante de sindical, como Carlos Ortega, o de la Iglesia, como el Cardenal Velasco, hubiesen ayudado a las negociaciones necesarias para la construcción de un gobierno de transición más sólido y con menor tendencia a los errores. La junta no pudo ser: para los conjurados era conceder demasiado poder a actores como Ortega, que había sido miembro de un partido político histórico que generaba antipatía generalizada. También para los golpistas militares originales traería el problema aparejado de que serían dos civiles a influir, Carmona y Ortega, lo que sería más difícil que hacerlo con uno. La Iglesia no tenía permitido participar en gobiernos y escoger un general o almirante como miembro de la junta significaría ungir un líder dentro de los militares, lo que generaría una disputa no fácil de resolver. Para los conjurados civiles una junta de gobierno se presentaba como una trampa: al principio se comparte el poder con los militares y luego estos terminarían mandando. No resultaba además atractivo poner a un militar a la misma altura que un civil, por el rechazo que podía conllevar en la sociedad. El fracaso de armar una junta de gobierno se debería a la desconfianza en los partidos políticos tradicionales, a los corporativismos atávicos, y a la incapacidad de resolver el tema del liderazgo único. 

Luego, en otros errores no tan trascendentales pero importantes encontramos el nombramiento del Almirante Ramírez por sobre el General Vásquez en la cartera de Defensa de Carmona. Vásquez, que había llegado a la jefatura del Ejército de manera providencial, se implicó en el golpe a última hora, cuando era inevitable o al menos irreversible. No era una persona de confianza para el núcleo original de conjurados, y el ministerio de Defensa hubiese sido un premio desproporcionado en comparación a otros que arriesgaron más el pellejo. Pero Carmona y los golpistas no supieron ver que Vásquez era el único que tenía poder real dentro de su componente. Además, no se designó siquiera a ningún general del Ejército en el gabinete del gobierno de facto, cargos que fueron a parar a la Marina y a la Guardia Nacional. Un nombramiento de ministro para Vásquez al menos temporal, logrando con eso su incondicionalidad al movimiento y un mayor esfuerzo en evitar el contragolpe, hubiese retrasado la vuelta chavista. Acá también se cometió un error por falta de experiencia política, celos entre componentes militares y la premura por tomar posesión de los botines de guerra.

El no tener al Ejército bajo pleno control impidió que no hubiese cambio en algunos comandos militares claves para evitar el contragolpe de Chávez. Esas decisiones podrían ser tomadas solo por el General Vásquez que, ya decepcionado por su apartamiento de gobierno, decidió no jugar su autoridad y dejar las cosas tal como estaban. Quizás con un Vásquez convencido en la conjura, pero sin la renuncia firmada, hubiese sido difícil superar las resistencias del General Baduel y los militares en Maracay, pero era urgente relevar de mando a los generales García Carneiro y Silva, el primero con abierto apoyo al presidente, para tomar el control total de Fuerte Tiuna. Con ese fuerte a favor de los golpistas, Baduel hubiese mostrado mayor cuidado en una operación contra Carmona. Otro cambio de comando esencial sería el la Guardia de Honor Presidencial, que custodiaba Miraflores. No se realizó. Tampoco el Almirante Tamayo u otros insistieron demasiado en el tema, pensando que el Coronel Morao parecía serle leal al nuevo presidente. El perder el control de la sede de gobierno el día 13 cambió la percepción de correlación de fuerzas entre los bandos, debilitando aún más al frágil gobierno de Carmona. De nuevo pecan los golpistas en el exceso de confianza y el desdén a los procedimientos debidos.

Por último, la decisión de no suspender las garantías constitucionales y decretar Estado de Excepción como medida para aplacar las protestas que se daban en Caracas les permitió a los partidarios de Chávez aumentar la masa crítica para revertir la situación. Esta medida solo hubiese podido tener lugar luego de la decisión de anunciar el decreto que rompía el orden constitucional. Hubiese sido irónico una orden así, puesto que las Fuerzas Armadas daban un golpe de Estado a Chávez por haber reprimido a la población. Afortunadamente esa disposición no se tomó y fueron las policías de oposición las que intentaron mantener el orden público. Pero la incapacidad para militarizar el país, acción clásica de un golpe de Estado para asegurar el control y evitar una respuesta del adversario, por lo costoso a nivel simbólico a partir de los sucesos de 1989 o por no poder enterarse de que lo que ocurría era que ellos estaban perpetrando un golpe y no era una transmisión democrática de mando, les dejó a merced de la revuelta popular. 

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