A 20 años desde los sucesos de abril de 2002 en Venezuela, nos proponemos narrar los antecedentes que desembocaron en la marcha del 11A, sus protagonistas, el golpe de Estado y los conspiradores, el contragolpe y la vuelta del gobierno de Hugo Chávez; explicar las motivaciones detrás del ataque al gobierno democráticamente electo, discutir algunas consecuencias que dejó para la construcción del proyecto político de Chávez y para la oposición, y reflexionar sobre elementos que aún se imponen sobre la vida política nacional reciente, luego de dos décadas.
Breve introducción
Los golpes de Estado, como bien lo proponía Javier Marías en su notable obra Anatomía de un Instante, tienen una conformación especial. Se trata de procesos de delicado equilibrio dado su velocísima dinámica, que hablan fundamentalmente de la cualidad de las fuerzas en pugna y de la construcción de poder político en determinada sociedad. Aunque Curzio Malaparte estableció algunos puntos esenciales de un golpe típico, a partir del modelo del clásico golpe de Estado fascista, cada movimiento conspirativo posee determinados rasgos que lo hacen singular, lo que condiciona su éxito o fracaso. Todos ellos son ilegales, pero no siempre ilegítimos. Y cada asonada conspirativa deja en la sociedad un dejo de misterio, una imposibilidad de desentrañarlo del todo.
En ese esfuerzo de desciframiento del golpe de Estado de abril de 2002, nos acercaremos a los antecedentes fundamentales a la conjura, que van desde la elección de Hugo Chávez y su revulsivo proyecto político hasta el quiebre entre el gobierno y factores de poder de la sociedad civil. Dicha ruptura dará lugar a una conspiración detonada por la marcha del día 11 de abril, y que terminará, como tantas veces en política, rebasando a todos sus protagonistas.
Para el análisis, es necesario detenerse también en la construcción de alianzas y traiciones que se suceden a lo largo de la jornada del 11, lo que concluirá, en la madrugada del día 12, con el derrocamiento del Presidente de la República. También nos pasearemos por el breve gobierno de facto establecido por los militares y liderado por Pedro Carmona, presidente de Federación Venezolana de Cámaras de Comercio y Producción, sus debilidades y fallas para poder conservar el poder, y los esfuerzos chavistas por recuperar el control gubernamental a partir del activo que precisamente carecía su adversario: una extraordinaria articulación entre sus fuerzas.
Nos proponemos, por último, extraer algunas conclusiones de los eventos de abril de 2002, orientados a discutir las lecciones que lega a la democracia venezolana, a los modos de organización ciudadana, a la reconfiguración de las fuerzas políticas que aun hacen eco 20 años después de lo ocurrido.
Adelantaremos algunos resultados. En abril de 2002 sucedió desde un inicio un golpe de Estado. La explicación opositora de vacío de poder y luego golpe de Estado, diluyendo la culpabilidad de algunos implicados, no resiste un análisis sensato con el pasar de los años y otros elementos de estudio sobre la mesa. Decía el historiador Germán Carrera Damas que los golpes de Estado no deben medirse por sus intenciones, sino por sus consecuencias, pero consideramos que, aunque lo último será lo esencial, hay limitantes en las condiciones iniciales de una conjura contra un gobierno. El golpe de Estado de abril de 2002 fracasó por la falta de experiencia política de los golpistas, por un triunfalismo adelantado, por una subestimación del adversario y por la ausencia de un liderazgo claro que impusiera un rumbo asequible. Los conspiradores se sirvieron de la polarización entre Chávez y su oposición política para causar un quiebre institucional, quedando ellos mismos atrapados en la emocionalidad del momento y los consiguientes errores cometidos. El modelo político de Chávez, centrado en el conflicto por encima al consenso, resultó ser la causa del golpe y también su salvación: la animadversión que causaba su persona nublaba una estrategia coherente para solidificar algo que ocurrió durante casi 48 horas: la instalación del gobierno de transición de los golpistas.
La oposición política, a pesar de abandonar cualquier otro intento de asonada militar, seguirá luego del golpe con una estrategia de confrontación política, lo que solo le dará réditos al Presidente Chávez, que gana el control definitivo de las Fuerzas Armadas luego de los sucesos de abril. La dificultad para proponer un modelo político alternativo y la construcción de una fuerza electoral competitiva, además de la ausencia de un proyecto popular y democrático que compitan con el chavismo, signaron las próximas décadas de la vida política nacional. En definitiva, el golpe de abril de 2002 nos da una radiografía de lo difícil que es la construcción del poder, nos muestra la fluidez de sus oleajes y la imposibilidad de poseerlo: solo se ejerce.
Empecemos, entonces, a entender el inicio de aquella corriente que desembocaría en el golpe de Estado, la conquista del gobierno en elecciones democráticas por parte del antiguo militar, que pasa de conspirador a presidente. El golpe de abril de 2002 no estaría, tampoco, exento de ironías.
Antecedentes al golpe de Estado
La marea Chávez
Hugo Chávez sería electo presidente de la República en diciembre de 1998 con base en una amplia demanda de renovación política sobre los líderes y partidos que venían administrando el Estado en los últimos 40 años. Una de sus principales promesas, la activación de una Asamblea Constituyente para rehacer la Carta Magna, tendría lugar al año siguiente, aun con fuertes reparos presentados por ciertos sectores de la sociedad. Esta nueva constitución y la consiguiente relegitimación de todos los poderes públicos permiten a Chávez en el año 2000 conseguir mayorías en los gobiernos regionales y en el parlamento, cambiando drásticamente la correlación de fuerzas políticas. La oposición se diluye, se fragmenta, y pasa a ocupar un rol pasivo frente al fenómeno chavista que empezaba a tomar fuerza.
La piedra angular que sostenía el proyecto de Chávez, más que una propuesta programática de gobierno o alguna alianza política determinada, residía en el tipo de liderazgo carismático que tenía el presidente. Su conexión especial con buena parte de la sociedad, principalmente los más vulnerables, sería su principal activo al momento de medirse en elecciones y obtener resultados provechosos. Los más desfavorecidos veían a un presidente que, luego de muchos años de ser desoídos por parte de la vieja clase política, les daba un rol protagónico, los nombraba, los reconocía y los empoderaba. Excepcional comunicador, Chávez empezaba una (no tan nueva) forma de hacer política.
Confronta y vencerás
El Estado Nacional, por ser el principal factor económico del país al administrar la industria más productiva, la petrolera, tiene un peso determinante en la sociedad venezolana. El histórico centralismo político, su puesta en forma en el presidencialismo, y cierto caudillismo atávico, completan los elementos que Chávez emplea para imponer su hegemonía. De allí nace la posibilidad de hacer política vía confrontación y no vía consenso; el gobierno nacional puede torcer los brazos de sus adversarios políticos con base en el enorme poder que acumula. El estilo pugnaz del presidente empieza a desplegarse en la construcción de un proyecto cívico-militar aún inmaduro, pero que da sus primeros pasos:
-Conformación de Círculos Bolivarianos; agrupaciones ciudadanas ancladas en barrios populares, encargadas de la expansión del proyecto político de Hugo Chávez, así como de su defensa (incluso armada) ante la arremetida de factores antichavistas.
-Plan Bolívar 2000; llevado a cabo por las Fuerzas Armadas, como ejecutores de programas de asistencia a sectores carenciados de la sociedad, en áreas como salud, alimentación y educación.
-Modelos alternativos de desarrollo; la promoción de cooperativas, asociaciones barriales, trueques, sembradíos orgánicos y otros modos de organización popular que serán finalmente alineados bajo la ley habilitante del año 2001.
Diques a la marea roja
A partir del retroceso de las formaciones políticas alternativas a Chávez, empezarían a aparecer otros actores en resistencia al proyecto chavista, encabezadas por la asociación de empresarios (Fedecámaras) y la central de sindicatos (CTV), además de la Iglesia Católica, que, a diferencia de otros países de la región, cuenta con una consideración favorable de parte de la mayoría de la población. La ley habilitante propuesta por Chávez para vía decreto llevar a cabo amplias reformas en temas agrícolas, pesca y ganadería, e hidrocarburos, reunirían bajo un mismo eje a diversos factores de poder que empezarían a confrontar con el gobierno, esta vez de forma coordinada.
Las estrategias de Chávez de dividir a sus contrincantes políticos, de azuzarlos para luego conciliar con ellos en situaciones ventajosas, y de servirse de la polarización para causar errores no forzados en el adversario (rasgo en lo que será notablemente hábil), hasta ese momento efectivas, darían su primer paso en falso en noviembre de 2001 cuando finalmente promulgue la tan resistida ley. Para diciembre del mismo año, empresarios y trabajadores limaban viejas asperezas y llamaban a un paro nacional, siendo el primer revés político que tenía el proyecto chavista. A partir de ese éxito se empezaría a gestar, de manera subrepticia, la salida del presidente del gobierno. Empezaría la conjura.
Todo contra Chávez
Los 49 decretos propuestos bajo ley habilitante tocarían lo más sensible del establishment económico y del viejo aparato político. Todavía con el apoyo popular que conservaba casi intacto, no le sería fácil a Chávez tener a todos en contra. El poder mediático, cada vez más adverso a su proyecto político pese a haberlo apoyado inicialmente, resulta especialmente incómodo para la intención hegemónica del presidente, aún en construcción. El sector que creía controlado por conocerlo desde adentro, las Fuerzas Armadas, empezaba a mostrar vacilación. Su propio partido político daba signos de fragmentación, en voz de su mentor político, en veterano Luis Miquilena. Internacionalmente, el proyecto del presidente, en algún momento visto con simpatía y algo de escepticismo por EE.UU. y Europa, también se precipitaba en una pérdida de confianza.
Una parte de la sociedad venezolana, sobre todo clase media, y un amplio sector de empresarios, políticos, militares y eclesiásticos empezarían a pensar que la salida adelantada del presidente Chávez era necesaria para la vida política del país, aunque no encontraban una forma adecuada o democráticamente viable. En este caldo de cultivo, no es de extrañar que hubiera un grupo más radicalizado que el resto y propusiera vías que acortaran el gobierno del presidente a como diera lugar. Desde las entrañas del poder civil empezaría una operación conspirativa para socavar el poder de Chávez, que se serviría de una fuerte campaña mediática en contra de su proyecto político, un debilitamiento de su autoridad vía paros laborales y patronales, resquebrajamiento de la debida obediencia por parte de oficiales de alto rango de las Fuerzas Armadas y movilización de la población que adversaba la política económica y social propuesta por el presidente.
La aparición de un adversario
Pedro Carmona, líder empresarial, a partir del éxito del paro de diciembre de 2001, se yergue como la cabeza visible de la resistencia antichavista. Se iría convirtiendo en la segunda figura más importante del país, con un estilo que contrastaba notablemente con el presidente: tono suave, modos cuidados, espíritu conciliador. Carlos Ortega, líder sindical, lo secundaba en ese frente de oposición al chavismo. Sobre el éxito de estos dos hombres en ponerle freno a Chávez, los conspiradores por cuenta propia maquinaban futuras acciones, acumulaban influencias, operaban sobre distintos elementos críticos, esperando en las sombras el momento adecuado para dar el golpe.
El paro de diciembre no hizo sino aumentar la conflictividad entre el gobierno y el eje empresarios-trabajadores. Pronto las manifestaciones en contra de las leyes del gobierno contagiarían a PDVSA, la todopoderosa petrolera estatal, un desaire que Chávez no permitiría, por lo que aumentaba la tensión de las fuerzas en pugna. Las movilizaciones en la calle por parte de los opositores a Chávez no dejarían de crecer, como la mostrada el 23 de enero de 2002. En febrero, el sector militar empezaría a crujir y Pedro Soto, oficial de la Aviación, se declararía en rebeldía al presidente. Sería el primero en varias manifestaciones de desacato por oficiales militares en activo. Esto y la ruptura definitiva con Miquilena y unos diputados oficialistas debilitaría seriamente al gobierno, en su punto más bajo desde 1998.
Aplicar la misma receta
Las medidas del presidente para combatir los desafíos a su autoridad serían como arrojar leña al fuego. Al renunciar el presidente de PDVSA, el general Guaicaipuro Lameda, por diferencias con el gobierno, Chávez impondría a Gastón Luzardo, hombre sin experiencia adecuada para el cargo, que además de chocar con la muy profesionalizada empresa petrolera, implicaba un control político que los directivos y trabajadores no tolerarían. Por otro lado, como reacción ante los pronunciamientos militares en su contra, que aumentaban cierta desconfianza ya existente con los militares de más alto rango, Chávez buscaría promover un comunicado de apoyo a su gestión por parte de oficiales de rangos medios, previo otorgamiento de créditos para viviendas y automóviles. Dicho pronunciamiento no tendría lugar, pero si uno del Alto Mando, lo que causaría mayores recelos en la oficialidad de las Fuerzas Armadas, cada vez más ganadas por la idea de que eran usados con fines proselitistas. Para enfrentar la presencia avasallante de la oposición en la calle, se organizan contramarchas para rivalizar en números y minimizar el apoyo popular de sus adversarios. Los Círculos Bolivarianos también aumentan la organización defensiva ante una supuesta deriva violenta en contra del gobierno.
Ya para ese entonces, los conjurados operaban sobre medios de comunicación, militares rebeldes, líderes políticos, y buscaban la manera de influir sobre Carmona, Ortega y Lameda, a la sazón las figuras fuertes en esa gran avalancha que se le venía al gobierno, esta vez en el papel de asediado, en el cual no se sentía cómodo. Los conjurados esperaban el punto crítico para dar rienda suelta al plan desestabilizador. Chávez, por temerario o por tozudo, precipitaría entonces los acontecimientos.
Obertura al golpe de Estado
El 7 de abril de 2002, en una cadena de radio y televisión, Chávez despide de forma despótica a la directiva de PDVSA que no se ajusta a sus designios. Como confesaría tiempo después, lo hacía con toda alevosía, provocando a sus adversarios. La reacción no se haría esperar y a los días la oposición convoca a un paro laboral, el que es extendido 24 horas adicionales. Al finalizar los dos días de paro, Ortega, apoyado por Carmona, llama a huelga indefinida. En el medio de una semana trepidante, seguía el “goteo” de pronunciamientos de rebeldía militar y el gobierno empieza a manejar información sobre planes desestabilizadores, para los que se prepara esperando algún paso en falso de los conspiradores que le permita desarticular a los cabecillas, sin pensar realmente que existiese un peligro real sobre el presidente.
El 11 de abril, se convocaría a una multitudinaria marcha que parte del este de la ciudad de Caracas hasta la sede de PDVSA, en apoyo a la institución. El ambiente es de una crispación enorme, ya siendo un secreto a voces que la marcha podría dirigirse al Palacio de Gobierno para exigir la renuncia del presidente. La asistencia a la marcha resulta más que exitosa, superando las expectativas tanto de los organizadores como la de los conspiradores en la sombra. Bastaba entonces, para realizar el plan golpista, desviar la marcha de PDVSA al Palacio Presidencial, especulando que si llegase a la sede de gobierno se daría una situación de caos que obligaría al presidente a dar la orden de reprimir, con consecuencias inimaginables para una marcha de medio millón de personas. Ante semejante alteración del orden público y cuantiosas bajas civiles, el Alto Mando Militar desconocería al presidente de la República y lo obligaría a renunciar. Era entonces, el día D. Era el golpe de estado al presidente Chávez.