La actualidad del 11 abril golpe, contragolpe y los flujos del poder (II)

Fuente: abc.es

El 11 de abril

El Golpe se mueve

Efectivamente, la marcha llegaría a PDVSA, pero cambia de destino y avanza en dirección al centro de Caracas, donde está el Palacio de Gobierno. Los líderes de la movilización, Carmona, Ortega, Lameda y otros, son superados por el fervor rebelde de la multitud y aunque conocen de oídas el complot golpista, del cual no participan activamente en primer momento, no pueden ni quieren evitar el desenlace de los acontecimientos. La vida propia que adquiría aquella masa de gente impide cualquier contención posible, algo que ya sabían los conjurados. El gobierno, viendo semejante rio humano, dispondría entonces de sus piezas en el terreno. Convoca a los Círculos Bolivarianos, armados con palos, piedras y en algunos casos armas de fuego, para concentrarse en los alrededores de la sede de gobierno y proteger al presidente. Prepara también el Plan Ávila, estrategia de seguridad para el restablecimiento de orden público por parte de las Fuerzas Armadas, con aciagos resultados en su última implementación, en 1989.

En los cuarteles, por su parte, empezaría la conspiración militar. La activación de los Círculos Bolivarianos, considerado un grupo paramilitar para muchos militares, y la aplicación del Plan Ávila sobre una población civil indefensa resultaría intolerable para unos generales y almirantes que ya venían influenciados por algunos conspiradores sobre el carácter violento y no democrático del presidente. Bastaba escuchar la orden de preparar el Plan Ávila para confirmar que el presidente mancillaría el honor de las Fuerzas Armadas al ponerlos en una situación límite. Algunos conjurados militares, entre los que aparecen el General Pereira, el Almirante Urdaneta, el General Vidal Martínez, el General Clinio Rodríguez y el General Lugo, iniciarían movimientos para crear dicha matriz de opinión, además de movilizar algunos elementos tácticos que entorpecerían o enrarecerían el clima militar. 

Tragedia en el centro de la ciudad

Ya a mediados de la tarde, y una vez superado los puestos de control de la Policía Metropolitana, dirigida por un alcalde de oposición, la marcha se dirige incontenible al centro de la ciudad. La policía no tiene más opción que cuidar la movilización, sin poder contenerla. Al llegar a la plaza O’Leary, a dos cuadras del Palacio de Gobierno, la marcha se toparía con un comando de la Guardia Nacional, componente de la Fuerza Armada, que accede a activar parcialmente el Plan Ávila. A dos cuadras al este de la plaza, sobre el puente Llaguno, se encuentran los Círculos Bolivarianos, quienes tratan de amedrentar parte de la marcha opositora, y se enfrentan a la Policía Metropolitana. Además, en varios edificios de la zona, yacerían francotiradores desplegados, no llegándose a conocer a priori a qué fuerza de seguridad pertenecen. Entre las bombas lacrimógenas y la carga de la Guardia Nacional a la marcha de oposición y el enfrentamiento a tiros entre la Policía Metropolitana y los Círculos Bolivarianos, además de los disparos de francotiradores en solitario, se genera un clima de enorme confusión, que dejaría 19 personas fallecidas. Chávez decidiría en ese momento emitir una cadena en radio y televisión nacional para impedir que los medios transmitan los hechos de violencia que ocurren en el centro caraqueño. Indignados por semejante estrategia, los dueños de los medios de comunicación acaso habrán ofrecido resistencia a la voz zalamera de los civiles, que invitaba a dividir la pantalla de la cadena presidencial y sin dejar de transmitir lo que decía el presidente, transmitir las imágenes del puente Llaguno, las más violentas por ser disparos, y todo el desorden generado en el final de la marcha. 

Puente Llaguno
Civiles se enfrentan con cuerpo de la Policia Metropolitana

Dichas imágenes resultarían decisivas para derribar las resistencias a la insubordinación que restaba en el generalato de las Fuerzas Armadas. El grupo de conjurados militares, esta vez liderados por el Almirante Ramírez, preparan casi en simultáneo a la matanza un comunicado desconociendo al presidente de la República y adjudicándole su responsabilidad en lo ocurrido, en clara violación a la Constitución. Ya para ese momento, dos de los hombres poderosos de las Fuerzas Armadas, el General Vásquez y el General Rosendo, originalmente no conspiradores, habían decidido darle la espalda a Chávez. Otros generales del Ejército, reunidos en el Comando de las Escuelas de la principal instalación militar de la ciudad, Fuerte Tiuna, determinarían también retirar el apoyo al presidente y suspender cualquier despliegue militar. El Alto Mando de la Guardia Nacional, encabezado por el General Martínez, decidiría desconocer al presidente y poco tiempo después lo hará el Alto Mando de la Aviación. Para las primeras horas de la noche, Chávez había perdido el control de las Fuerzas Armadas. 

Los líderes visibles del movimiento antichavista, Carmona, Ortega y Lameda, una vez disuelta la marcha, pasarían a comentar los acontecimientos en televisión nacional, responsabilizando a Chávez del despliegue de las Fuerzas Armadas y de los Círculos Bolivarianos y de las muertes ocurridas. La sucesión de entrevistas con analistas políticos, dirigentes de oposición, militares rebeldes y miembros de la Iglesia, condenando al presidente Chávez, es intercalada con pronunciamientos de desacato por los estados mayores de cada componente de las Fuerzas Armadas, dejando al chavismo en franco aislamiento. Serán las estocadas definitivas el comunicado de desconocimiento al presidente por parte del Alto Mando del Ejército, el componente más importante de las Fuerzas Armadas y decisivo para el golpe de Estado, y la acusación de Miquilena de que Chávez se había manchado “las manos de sangre”, retirando el escaso soporte político que le quedaba al chavismo. Se empezaría a hablar de que el gobierno de Chávez estaba caído y no le quedaba otra opción que negociar la renuncia. La salida de Chávez, entonces, era cuestión de horas. 

Almirante Ramírez

La balanza se inclina hacia los conjurados

Gran parte del poder económico, sindical, político y mediático que se enfrentó a Chávez durante los últimos meses, se reuniría en horas de la noche de aquel largo 11 de abril en el canal Venevisión, propiedad del empresario Gustavo Cisneros. Analizan el desarrollo de los acontecimientos, suponiendo que el gobierno se encontraría en sus últimos estertores y habría alguna negociación con el poder militar para una salida negociada. Vendría un nuevo acomodo de los factores de poder ante una situación tan excepcional. De ese grupo reunido, algunos habían tenido información de un virtual golpe de Estado y fueron contactados por los conjurados, pero se limitaron a dejarles hacer, participando en acciones que de todas formas realizarían como parte de su oposición al gobierno. Entre los asistentes estaban, por supuesto, Carmona y Ortega. Cerca de la medianoche, Carmona decide irse a descansar en un hotel cercano y es allí cuando recibiría una llamada trascendental, que lo invitaba a asistir a Fuerte Tiuna, a una reunión con los militares golpistas. 

Por su parte, en el Palacio de Miraflores, sede de gobierno, la atmósfera es de derrota. El presidente Chávez sabe que ha perdido el control de las Fuerzas Armadas, a pesar de los esfuerzos que realiza vía telefónica a través del General Rincón, el general de más alto rango de la institución militar, para recuperar la iniciativa. Comisiona a algunos militares que considera aún leales a que salgan a apaciguar a los rebeldes. Su comité político, encabezado por el Ministro Rangel, reconoce que el gobierno pende de un hilo, hallándose aislados en el despacho presidencial. Cualquier movimiento de huida, especulan, podría ser contrarrestado por los militares. Esperan saber cuáles son las intenciones de los generales, aunque las pueden adivinar por lo que exigen en la televisión. No pueden enviar a los Círculos Bolivarianos a enfrentarse al Ejército, sería un despropósito. No controlan tampoco los medios de comunicación. Chávez se ve acorralado y, por primera vez desde que es elegido presidente, con la imperiosa necesidad de negociar. 

Rebeldes cívico-militares

Carmona se presentaría en Fuerte Tiuna ya en la madrugada del 12 de abril. Sabe que no fue un llamado menor. Intuye que es probable que le ofrezcan formar parte del nuevo gobierno. Conoce que su liderazgo ha sido esencial en la lucha con el chavismo y que es una figura que podría ser reconocida por todos los sectores de la sociedad, a diferencia de otros candidatos que naturalmente aspirarían a dirigir al país. Sabía que su nombre estaría entre los “presidenciables”, pero difícilmente podría adivinar que se dieran los acontecimientos de la forma que se dieron. Doce horas atrás, era imposible saber el desenlace de la marcha. Cuando llega al fuerte, encuentra a un grupo notable de militares y algunos civiles. Allí están los principales conspiradores civiles, el encuestador Víctor Manuel García, el abogado Daniel Romero, el empresario Isaac Pérez Recao, el hombre de medios José Rafael Revenga y el presentador Orlando Urdaneta. También están los militares conjurados que acompañaban al Almirante Ramírez en el primer pronunciamiento de la tarde, y varios de los militares que durante las semanas anteriores y en forma individual habían manifestado su desobediencia al presidente; el Almirante Molina y los generales González, Poggioli y Damiani, todos operadores políticos sobre generales que no apoyaban abiertamente el golpe de Estado. Había un hombre, sin embargo, que parecía estar a cargo, el General Vásquez, máxima autoridad del Ejército. También decía presente el cardenal Velasco, máximo representante de la Iglesia. A Carmona le hacen esperar a parte, mientras los generales deliberan. En realidad, ya Carmona había sido elegido como la cabeza del nuevo gobierno. Entre los generales y la Iglesia determinarían que él es el hombre adecuado. Lo que todavía se estaba negociando a horas de la madrugada era la renuncia del Presidente Chávez. 

Lucas Rincón

Dada las infructuosas negociaciones por deponer la actitud de los rebeldes, Chávez entiende que lo que queda es un enfrentamiento flagrante con la Fuerza Armada. Sabe que no es una batalla que podrá ganar. El Ministro Rangel indica los escenarios posibles: inmolación, huida o entregarse a los alzados, él mismo prefiriendo la primera de estas, emulando a Salvador Allende. Chávez vacila, ya se ha enfrentado a una situación similar. Fue cuando él estuvo del lado de los golpistas, en 1992. Diez años después, sería Chávez el que ocuparía el lugar de presidente bajo asedio. El 11 de abril, una llamada de Fidel Castro terminaría siendo lo que rompería la indecisión del presidente. Se trataba de un ofrecimiento a ir a Cuba para después encontrar la manera de volver al poder. Suprema muestra de sensatez política. Así, Chávez decide entonces optar por la renuncia, pero obteniendo algunas garantías previas. Sabiendo la belicosidad de los golpistas y el estado de ánimo de la sociedad, intuía que sería una negociación peligrosa. Pero ya tenía una decisión tomada. Entregar el gobierno. 

Gestiones de renuncia

El general Hurtado, ministro de gobierno, y el general Rosendo, comandante que se había resistido a ejecutar parte del Plan Ávila pero que todavía gozaba de la confianza de Chávez, sirven como interlocutores de la renuncia. Son necesarios varios traslados entre la sede de gobierno y Fuerte Tiuna donde las dilaciones se suceden, en el espeso arte de convenios tan cruciales. En algún momento el General Rincón, el oficial de más alto rango militar, partiría a Fuerte Tiuna personalmente a parlamentar con los rebeldes, ya dado a entrever por Chávez que podría pensarse una renuncia. La recepción del General Rincón en el fuerte es objeto de polémica, puesto que es sabido su amistad personal con el presidente. Es exhortado por sus compañeros de armas a pronunciarse contra el Jefe de Gobierno. El General Rincón, en los intercambios telefónicos que todavía mantiene con Chávez, concerta en anunciar la renuncia. Y pasada las tres de la madrugada, comunica a los medios de radio y televisión que el presidente aceptaba la renuncia solicitada por el Alto Mando. La dimisión al cargo en voz del oficial de mayor graduación de las Fuerzas Armadas esclarecía el panorama para el golpe de Estado. Faltaría entonces, la entrega del presidente a los rebeldes y la formalidad que era la firma de la carta de renuncia. Pero la dimisión de Chávez, legítima o no, era un hecho incontestable no solo para los presentes en Fuerte Tiuna, sino para el país entero.

Aunque Chávez había aceptado renunciar y el General Rincón lo había hecho público, todavía el presidente condicionaba su entrega a las nuevas autoridades a que se respetaran ciertas condiciones, como lo eran su salida del país y el respeto a la integridad física de sus seguidores. Los militares, que veían cada vez más derrotado al adversario, empezaban a pensar que Chávez, dado los acontecimientos del día anterior, no estaba en el lugar de imponer condiciones. A través del Monseñor Porras, el nuevo interlocutor con el presidente, se acelera el proceso de comunicación. Llegan a un primer acuerdo, en donde los generales González, Fuenmayor y Medina, en conjunto con el representante de la Iglesia, se trasladarían a un canal de televisión de un medio no beligerante al gobierno, para la firma de la carta. Los comisionados llegan al punto de encuentro, pero allí no está el presidente. La carta de renuncia, redactada por el Coronel Rodríguez, es enviada a Miraflores, para ser firmada antes de asistir con los generales, pero Chávez rechaza entregarla a los militares en el canal de televisión al aducir que no les generan confianza. Vuelve a pedir garantías de sus condiciones. Una segunda comisión, desde Fuerte Tiuna directamente al Palacio de Gobierno, a cargo de dos generales de la Guardia Nacional, llega con la carta impresa. De nuevo, el presidente rechazaría firmarla. El general Fuenmayor, desde el canal de televisión, decide comunicarse con los generales Hurtado y Rosendo, todavía acompañantes de Chávez, y los increpa, cada vez en peor tono, a agilizar la entrega del presidente. Se llega incluso a hablar de abrir fuego sobre el palacio de Miraflores. Irónico, dado que diez años antes Fuenmayor era el edecán del entonces presidente Carlos Andrés Pérez y le acompañaba en el ataque a Miraflores que en ese momento perpetraba Hugo Chávez. Finalmente le informan a Monseñor Porras que una comitiva presidencial conformada por los oficiales Chourio, Vietri, Rosendo y Hurtado como escoltas, prácticamente desarmados, acompañarán al presidente a su entrega a Fuerte Tiuna.

Carmona ungido

Ya cuando la figura de la renuncia presidencial es una certeza, le es esclarecido a Carmona por los generales al mando del golpe que sería designado como el nuevo presidente de la transición. Aparece Daniel Romero y otro abogado, que tenían preparado el instrumento legal que daría piso al nuevo gobierno. La Constitución no contemplaba que ocurría en caso de la falta absoluta tanto del presidente como el vicepresidente y dado que el primero era renunciante y el segundo, Diosdado Cabello, estaba escondido pensando que su vida podía correr peligro, se producía un teórico vacío de poder. No resolvía semejante artimaña, por cierto, la dificultad que era la existencia de la Asamblea Nacional, de mayoría chavista, o del Tribunal Supremo de Justicia, que serían los poderes públicos encargados de dilucidar estos aprietos legales. Por lo que, al ser ocupado de facto el cargo acéfalo de jefe de Estado, se proponía hacerse un decreto presidencial disolviendo los poderes constituidos y llamando a su renovación. Mientras se convocaban a elecciones, estaría a cargo un gobierno de transición con un presidente y sus ministros, con poderes discrecionales para mantener las funciones del Estado. Romero le presenta a Carmona el decreto y este, pese que en alguna ocasión habrá escuchado sobre algún documento golpista de gente obstinada en conspirar, no tiene conocimiento a profundidad del mismo, por lo que pide la asistencia de Allan Brewer Carías, que se encuentra entre los juristas más destacados del país. Brewer Carías había tenido conocimiento del decreto la noche del 10 de abril, cuando es consultado por los conjurados sobre su viabilidad legal. Brewer Carías esa noche en Fuerte Tiuna haría los mismos reparos legales que había hecho con anterioridad, pero la premura de la situación impone que se hagan pocos arreglos. El decreto seguirá siendo revisado hasta la instalación del nuevo gobierno, pero se impone que la Asamblea Nacional en manos del chavismo debe salir del tablero por lo que el decreto es la vía expedita para evitar cualquier negociación política con el saliente gobierno o incluso con otras fuerzas democráticas en juego.

Chávez arriba pasadas las 4 de la madrugada, uniformado de militar, a la Comandancia General del Ejército, en Fuerte Tiuna. Lo espera el generalato en pleno, encabezados por el jefe del componente, el General Vásquez y su segundo, el General Ruiz. Chávez muestra una naturalidad en el trato ante los generales y almirantes allí presentes a pesar de las circunstancias adversas. Es confrontado ante un documento, la carta de renuncia. Manifiesta Chávez que se le han cambiado las reglas de juego, que no se le ha prometido su salida hacia Cuba y que de esa manera no firma. Los generales vacilan, algunos le espetan que no puede imponer condiciones y que será juzgado por los hechos del 11 de abril en el país. Chávez advertiría la división en los militares y para generar mayor discordia, contrataca con la oferta de mejorar la carta de renuncia, incluyendo la destitución del vicepresidente Cabello, que sería un incordio para el nuevo gobierno, y les advierte a los militares que reteniéndolo a él en el país terminaría creando un problema mayor. Las emociones afloran, ocurren opiniones encontradas. Deciden salir los generales a deliberar. El triunfalismo del derrocamiento presidencial se le sube a la cabeza a algunos generales, y se piensan representantes del sentir de un pueblo que exigía justicia ante los sucesos del día anterior. No logran un acuerdo. Lo someterán a decisión los miembros más antiguos de cada componente, en este caso el General Vásquez del Ejército, el Almirante Ramírez de la Marina, el General Martínez de la Guardia Nacional y el General Pereira de la Aviación. En el caso de Ramírez y Pereira, dos participantes activos en las conspiraciones contra el gobierno previo al 11 de abril. En la decisión más importante que tomarían en esa noche y quizás en toda la conjura, disponen que, por falta de acuerdo, dejarían al presidente en custodia y se tomaría la decisión de su partida definitiva en otro momento. Al informarle a Chávez el resultado de lo deliberado, simplemente manifiesta que ahora es un presidente detenido. Aquella resolución marcaría el rumbo definitivo del golpe de Estado y lo dejaría con un impedimento insuperable.

Carmona consulta con los abogados presentes la validez de la renuncia al no estar por escrito. Tanto el equipo de Romero como Brewer Carias opinan que el anuncio del General Rincón bastaría como prueba de renuncia al ser un “hecho comunicacional, público y notorio”, emitido por un funcionario autorizado. Carmona entonces pide a los militares que se comunique su designación como líder de la transición, ante la incertidumbre de la que es presa todo el país. Menos de una hora después a la decisión de los generales, el General Vásquez anunciaría en televisión que se ha designado una nueva autoridad civil a cargo del gobierno, el ciudadano Pedro Carmona. Y luego de un largo e improbable periplo, la conjura antichavista parece triunfar definitivamente. Carmona está a cargo de la presidencia y Hugo Chávez ha sido, al fin, depuesto y detenido. Aunque no haya renunciado. 

Gobierno de facto

Resaca golpista

Los eventos del 11 de abril y de la madrugada del 12 han ocurrido con un ritmo difícil de digerir para el país. A la mañana del día posterior a la marcha, habría poca certidumbre sobre lo que sucedía y para ser viernes, día laborable, las principales ciudades están prácticamente paralizadas. La televisión nacional trata de crear un poco de orden, estableciendo la narrativa de una cruel matanza debido a órdenes chavistas y el desconocimiento posterior de las Fuerzas Armadas a su gestión, lo que concluye en el anuncio del General Rincón de la renuncia de Chávez y la comunicación del General Vásquez de la designación de Carmona como nuevo presidente de la transición. El gobierno está el 12 abril en manos de la principal figura de oposición. Y poco más se podría decir en lo que parecía un ambiente de resaca a la batalla política de la víspera.

Napoleón Bravo

Carmona se dirigiría, luego de escasas horas de reposo, al Palacio de Miraflores la mañana del 12. Su intención es conformar el gobierno de transición, nombrando un gabinete, estableciendo contacto con los factores de poder en el país y formalizando su magistratura en un acto en donde se daría lectura al acta de constitución del gobierno, discutida durante la madrugada. Carmona es asistido apenas por algunos ayudantes personales y custodiado por el Almirante Tamayo, designado como flamante jefe de la Casa Militar, encargado de la seguridad del Presidente de la República. El empresario Pérez Recao, uno de los conjurados civiles, aporta vehículos y escoltas a la reducida comitiva presidencial que llegaría a la sede de gobierno a dictar los nuevos destinos del país. Carmona es recibido con honores de Jefe de Estado por la guardia del Palacio, la misma que el día anterior tenía la misión de defender al presidente Chávez. El país no estaba acéfalo puesto que en Miraflores ya se preparaba para gobernar el presidente Carmona.

La conformación del gobierno

Aunque no había sido fácil derrocar al gobierno anterior, Pedro Carmona todavía tendría por delante arduas tareas para establecer su gobierno. Necesitaba mantener la lealtad de las Fuerzas Armadas, repartir cuotas de poder entre los conjurados que habían liderado el complot contra Chávez y legitimarse ante la sociedad civil, sin la cual no le quedaría otra opción que ejercer una antipática dictadura. A Carmona no se le pasaría por la cabeza ejercer el rol de tirano, por lo que rápidamente se dispone a trabajar en los elementos anteriores como soportes de su poder político. 

Fuente: abc.es

El tren ministerial tendría una marcada presencia militar, que eran los que en definitiva habían puesto a Carmona donde estaba. El Jefe de Gabinete sería un ex militar de la Armada, Almirante Briceño, amigo de Carmona, hombre de confianza en un ambiente en donde sería crucial mantener apaciguadas a las Fuerzas Armadas. El Ministerio de Defensa fue a parar a manos del Almirante Pérez, uno de los más conspicuos conspiradores militares, lo que generó recelos en el General Vásquez, oficial de mayor graduación que Ramírez y líder indiscutido del Ejército, determinante en el golpe a Chávez. Este nombramiento condicionaría a Vásquez durante el resto de la aventura golpista. Sin embargo, un amigo y familiar del General Vásquez ocuparía la dirección del Servicio de Inteligencia del Estado, la DISIP. El General Poggioli, con experiencia en el área. Poggioli, además había sido conspirador de primera hora y correa de transmisión entre el Ejército y la conjura opositora. El Ministerio del Interior también sería ocupado por un general, Damiani, otro conspirador del gobierno de Chávez. El general Lameda retornaría a su puesto en PDVSA.

En el resto del gabinete serían nombrados actores cercanos a movimientos sindicales, a partidos políticos y al establishment empresarial. Destaca quizás el nombramiento del canciller, Rodríguez Iturbe, hombre relacionado al movimiento Opus Dei, motivo de futuros escándalos, aunque lógico dentro de un gobierno de transición que debía tratar de incluir a representantes del poder real. Daniel Romero se reservó el cargo de Procurador General, preparando una persecución contra los partidarios de Hugo Chávez. Sería Romero también el principal responsable del sostén legal del gobierno de Carmona: el decreto que establecía un régimen con poderes amplios para dirigir al país. Mismo documento que, a escasas horas de haber empezado, marcaría el principio del fin de la presidencia de Carmona. 

La forma es el fondo

Durante toda la mañana y parte de la tarde del 12 de abril, se discutía con un amplio grupo de expertos legales, el decreto que daría legalidad al gobierno de Carmona. Este incluía la disolución de los poderes constituidos, a relegitimarse vía electoral en un año a partir de la fecha, y otorgarle al presidente del gobierno de la transición poderes extraordinarios, incluyendo la facultad de remover gobernadores y alcaldes electos democráticamente. Similar a la polémica por la renuncia del presidente Chávez, acá los juristas no se ponían de acuerdo sobre la conveniencia del mismo. La razón de peso para apurar tan grosero documento era la necesidad política de evitar negociar con el chavismo. Si la unción del gobierno de Carmona dependía de la consideración de la Asamblea Nacional, se arriesgaba a otorgarle poder político a un contrincante que parecía derrotado. El chavismo, que controlaba el parlamento, se negaría a reconocer al gobierno de facto o lo haría estableciendo condiciones inasumibles para la flamante presidencia. La desconfianza sembrada sobre cualquier miembro del parlamento afín al presidente depuesto impedía considerar un arreglo político. El Tribunal Supremo de Justicia, otro ente posible a otorgar legalidad a Carmona, renunciaría durante el transcurso de aquel día, aduciendo que su inhibición facilitaría el desenvolvimiento del nuevo gobierno y reduplicando un vacío de poder, en este caso el judicial.  

Daniel Romero

Finalmente se decide avanzar con el decreto original que circulaba en manos de los conspiradores días antes al 11 de abril. No importaría el cabildeo que hicieron parlamentarios opositores al chavismo de poder reconocer al gobierno de facto vía Asamblea Nacional. Incluso Luis Miquilena ofrecía una solución, como líder de un grupo de diputados chavistas moderados dispuestos a negociar un voto favorable al gobierno de facto. Pero los conjurados civiles que influían sobre Carmona no podrían tolerar negociar con Miquilena, que solo hace 6 meses atrás era el segundo hombre más poderoso del gobierno chavista. Además, los conjurados militares, poder real detrás del gobierno de transición, no se veían cediéndole cuotas de poder a asambleístas que hacía rato habían abandonado el liderazgo opositor a Chávez. Los que habían derrocado al presidente habían sido el pueblo venezolano representado por Carmona y las Fuerzas Armadas. El poder era propiedad del gobierno de transición y de nadie más. O así se razonaría durante las horas que antecedían a la juramentación del nuevo Jefe de Estado.  

Auto-Juramento

Una vez convocados al Palacio de Miraflores miembros de la sociedad civil que veían con buenos ojos el cambio de gobierno, se pasaría a la auto juramentación del presidente Carmona, dado que no había autoridad posible que le tomara dicho voto. También se leería el decreto que disolvía a la Asamblea Nacional en funciones, maniobra aplaudida por la mayoría de los presentes, aunque sería secretamente repudiado por algunos testigos de la efusiva ceremonia. El presidente Carmona, ya proclamado, empieza a llamar a gobernadores y alcaldes buscando su apoyo, con resultados en principio favorables, aunque sin sospechar que, a partir del decreto leído, no quedaba para el resto de actores políticos certezas sobre sus facultades reales.

PedroCarmona/Fuente: Abc.es

Y durante el resto del día 12 de abril, Carmona empezaría a pensar que ejercer la presidencia sería mucho más difícil que decretarla. Su autoridad o la del Almirante Ramírez sobre las Fuerzas Armadas no parece incontestable, el Almirante Poggioli no puede hacerse con el control real de los servicios de Inteligencia, y empiezan a aparecer críticas en medios de comunicación ante la inconstitucionalidad del decreto, lo que ponía entredicho el reconocimiento internacional que muy tempranamente había recibido de los gobiernos de EE.UU., España y Colombia. La noticia de que no se ha producido la renuncia de Chávez empieza a circular y para la noche del 12 existirían ya algunos focos de resistencia callejera, organizados por el chavismo, exigiendo conocer el paradero de su líder. El Almirante Ramírez decidiría sacar al presidente Chávez de Fuerte Tiuna, donde se hallaba bajo custodia, y aislarlo en otra instalación militar. Carmona seguiría recibiendo preocupantes novedades sobre alteración del orden público durante la noche, de la mano de su jefe de Inteligencia. No eran situaciones aisladas. Era el contragolpe chavista.

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