No hay frontera que me separe de mi misma

Hace un tiempo decidió emigrar, por diferentes razones, dejar atrás todo lo que la rodeaba. Resulta que aquello de “irse del país” no fue poca cosa, no es poca cosa y se iría dando cuenta de ello a diario. Cuando llegó a su nuevo territorio descubrió que ahora era “la inmigrante”, “la argentina”, “la che”. Todos adjetivos calificativos que acompañaban seguidamente a su nombre. Es curioso porque esto nunca había sido así. Ahora siempre luego de presentarse, venía la pregunta obvia, “¿De donde eres?” y la respuesta les reafirmaba la identidad. Nunca se había sentido tan “así”, tan nacionalista, cuando le preguntaban de donde era, la respuesta le recordaba de dónde venía y se lo preguntaban tantas veces qué la respuesta ya dejaba de incomodarla. Ama su cultura, la trae consigo, no puede y no desea deshacerse de ella, y eso le causa orgullo. Quizás eso también sea una característica argentina, el orgullo.

Por otra parte, en esa tierra ajena resonaba la pregunta: ¿Se quedaría siempre ahí? Migrar puede transformarse en un camino de ida. 

Decimos que hasta cierto punto “dejó físicamente” su tierra, ya que los recuerdos en el corazón y la memoria en la mente trabajaban como nunca. Ese par la acompañaban a cada paso, mente y corazón. Cuando observaba a los grupos de amigxs, cuando veía a las familias reunidas, cuando eran las fechas especiales del “día de…”, cuando caminaba por el barrio nuevo y recordaba su anterior casa…Siempre había vivido en una planta baja con patio. Ahora tenía balcón y algunas plantas en maceta que cuidaba como hijxs. Se sorprendía cuando observaba los techos y edificios desde arriba, nunca había habitado un piso alto.

Los sentidos se agudizaban cuando sentía olores diferentes, cuando probaba comidas nuevas, cuando oía otras canciones. La música del país de acogida se parecía a la suya, los bailes también. La comparación y la nostalgia eran constantes. Lo que también observaba eran las injusticias sociales que se repetían, parecía que las problemáticas todas eran trasnacionales y, se caía un poco la idea romántica del “allá es otra cosa”. Eso depende desde donde se lo analice y ese análisis puede ser desde muchos, muchísimos puntos de vista. Debería ser así, siempre. 

Otras emociones que se presentaban eran el miedo y la incertidumbre, cuando tenía que enfrentarse a distintos “desafíos cotidianos”. La duda sobre si la aceptarían en el nuevo trabajo, (si encontraría trabajo), si la gente confiaría en ella o no, si la discriminarían cuando escucharan su tono de voz. Es entonces cuando sentía que se producía esa separación, esa transición, y una vez llegada al lugar de destino, comenzó a experimentar diferentes sentimientos. En palabras de María Emilia Tijoux, “la migración siempre implica recordar qué nos pasó, cómo nos sentimos, cuáles fueron los sentimientos, las emociones, las dificultades, los obstáculos que vivimos. Y al revés, las alegrías que tuvimos cuando nos cambiamos”. (Tijoux, 2019)1

Paralelamente, también tuvo en cuenta la posibilidad de comenzar a pensar a reconstruirse y relacionarse con esos otrxs que también están recién llegadxs o ya llegadxs, quienes empiezan a formar parte de grupos, asociaciones o colectivos que nacen con la intención de colaborar en la inserción de los migrantes en la sociedad de acogida, realizando acciones tales como la producción de redes, la generación de espacios de pertenencia y amistad entre compatriotas, de solidaridad y la re significación de las identidades particulares de cada país. En este sentido pensaba en la importancia de las comunidades de inmigrantes y los grupos de pertenencia como respuesta, por un lado, a la necesidad del fortalecimiento de lazos sociales económicos y culturales y por el otro, la accesibilidad a los distintos bienes funcionales. 

Hoy en día piensa en ella misma como persona culturizada pero a la vez culturizante. Como cuerpo con historia e historias, con algunos saberes gastronómicos locales, con conocimiento sobre la música de su Argentina, con un acento particular y un sentido del humor que se podría distinguir en otros lugares.

¡Qué importante ubicarse en tiempo y espacio histórico, social, geográfico, político y espiritual! Saber que el carácter colectivo es parte de una. El tirar para adelante, y la “experiencia” de haber atravesado tantas crisis a nivel social, pero por las que somos quienes somos, nos definen y nos fortalecen. 

El presente la hace pensar en los planes que se construyen para el futuro. Creemos que podemos lograr una estabilidad social, eso nos da seguridad y está bien, puede ser así. Sin embargo eso puede cambiar. Las decisiones y acciones políticas, sociales, personales etc., cambian y, por ende, afectan esos “planes” iniciales.

Como individuxs nos preparamos para el afuera, para la sociedad, estudiamos mucho, “queremos ser alguien” olvidando que somos alguien desde el momento en que nacemos y que nos vamos a llevar con nosotrxs SIEMPRE, no importa el lugar donde nos encontremos hoy o mañana.

Considerarse alguien individual y también colectivx, aceptarse y aceptar al otrx. Ser alguien con el otrx, ser alguien para el otrx, alguien que acompaña. Ser alguien para mí (alguien importante para mí misma), ser alguien responsable y respetuosa. Entender que no hay frontera que me separe de mi misma. Todo esto también lo reflejamos en lo colectivo. Siempre. Y lo podemos trasladar, lo llevamos con nosotrxs. Es parte de nuestra identidad.

A fin de cuentas (o al principio de ellas) no es tan malo ser “la argentina” para ese otrx, por que la identidad cultural se fortalece y nos fortalece en los espacios colectivos, en el encuentro en el trabajo, en la casa, en la iglesia, en la organización. Siempre donde haya más de unx. Siempre que intentamos construirlo o re-construirlo. 

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