Hoy el viento me trajo el olor de sus guisos en aquellos mediodías de enero. Mi estómago vacío después de haber jugado en la playa toda la mañana, recibía aquello como una piedra caliente. Mi cuerpo todavía mojado y casi azul, comenzaba a calentarse y a tomar un tono rosa que se volvía completamente rojo en las mejillas. Después, con mi hermano, primas y primos nos tirábamos en el pasto y contábamos ansiosos los minutos que faltaban para retomar el camino a la playa después de su siesta.
Mientras ella caminaba muy despacio, nosotros corríamos desde la sombra de un árbol a otro. La carrera terminaba detrás de las colas de zorro y los médanos, donde el cielo azul se reflejaba en el marrón rioplatense con olas chiquititas aptas para todo público. Y ahí, mezcla lustrosa de marrones y azules nosotros también, jugábamos hasta poco después de caer el sol. Ya de regreso, juntábamos las hojas y las ramas que después quemaríamos para calentar el agua y el aceite. Ella preparaba la masa con harina, grasa, sal y un huevo y nosotros nos divertíamos dándole forma de animales, caras o nubes. Mientras tomábamos su mate, tan dulce que hoy me provocaría náuseas, comíamos unas pseudo tortas fritas que olían tanto a grasa como a eucaliptus.
Si alguno de nuestros padres estaba allí, íbamos a pescar a la noche. Metidos con el agua hasta la cintura, encandilábamos cardúmenes de pececitos plateados que después preparábamos a la sartén. De regreso a la casa, cuando nos cansábamos de mirar la luna y las estrellas, nos íbamos a dormir. Ella se acostaba en la única cama que había y nosotros cuatro, cinco o seis – dependiendo del número de nietos y nietas que hubiera acarreado esa quincena – dormíamos arriba de colchones y sábanas con olor a humedad, que nos encargábamos de llenar con la tierra, la arena y las hojas que arrastrábamos en nuestros pies aún después de habernos bañado.
No hay casi fotografías de esos eneros. Pero con su recuerdo siempre viene el olor de aquella casa, el de los eucaliptos, el del humo y la arena. Los olores que ella siempre emanaba… y los que me hace llegar cuando, sin que pueda verla, se pasea despacio por acá.