Nuestras prácticas como profesionales en el campo de la educación y, en mi caso en particular, como trabajadora social también, se ven atravesadas por diferentes dimensiones y sucesos que emergen de la cuestión social. La realidad es dinámica y en ella surgen modificaciones, movimientos, cambios y transformaciones a nivel social, cultural, político, económico que, sin duda, nos exigen rever y repensar nuestros abordajes, como también, construir nuevas formas de intervención para responder a las nuevas problemáticas sociales y educativas que aparecen.
En este sentido, es imposible no preguntarnos: ¿qué nos dejó la pandemia?, ¿qué nuevas dinámicas quedaron a partir de la educación virtual que se implementó en este último año y medio?, ¿qué sucede con aquellos alumnos/as que aún no regresaron a la escuela?, ¿qué nuevas problemáticas a nivel social y emocional surgieron luego de esta crisis sanitaria y económica?, ¿qué otros conflictos se profundizaron después del aislamiento?, ¿qué hacemos con todo esto que nos quedó?
Mi interés por actualizar mis conocimientos y, de esa manera, mejorar mi quehacer profesional, me lleva a tener más dudas que certezas. Cada respuesta me dirige a una nueva pregunta. Es que de eso se trata; de problematizar y cuestionar todo el tiempo lo que hacemos, lo que dejamos de hacer, lo que deberíamos hacer y lo que podemos hacer dentro de un orden institucional al cual respondemos.
Por ello es elemental que, a través de una mirada crítica constructiva y colectiva- porque solos, individualmente, no llegamos a ningún puerto- podamos reformular y deconstruir nuestro rol profesional para volverlo a armar acorde a las necesidades y nuevas realidades, y a fin de generar intervenciones profesionales superadoras que permitan desandar aquellas realizadas para crear nuevas.
Siguiendo esta línea, la importancia del trabajo articulado y la permanente interacción en la red social nos lleva a reflexionar que:
La interdisciplina constituye una herramienta necesaria para intervenir en lo social hoy. No es desde la soledad profesional que se puede dar respuestas a la multiplicidad de demandas que se presentan a las instituciones, como tampoco es posible mantener una posición subalterna dentro de los equipos (Cazzaniga, 2001, p.3)
Además de que el trabajo debe ser interdisciplinario y desarrollarse en el marco de la intersectorialidad; tenemos la responsabilidad como trabajadores de la educación, de construir una escuela que llegue al barrio, que se empape de barro, que se mueva, que abrace a todos aquellos que no pueden acercarse. Una escuela dinámica y activa. Una escuela que entienda que detrás del “abandono escolar”, hay una fila de problemáticas que responden a la pobreza estructural existente y una diversidad de situaciones socioeconómicas y derechos vulnerados. Como bien decía Paulo Freire (1992):
El sueño de la humanización, cuya concreción es siempre proceso, siempre devenir, pasa por la ruptura de las amarras reales, concretas, de orden económico, político, social, ideológico, etc., que nos están condenando a la deshumanización. El sueño es así una exigencia o una condición que viene haciéndose permanente en la historia que hacemos y que nos hace y rehace (p.116)
Entonces, que nos caractericen como locos, soñadores, utópicos e irreales. Pero, paradójicamente, no hay nada más real, concreto y humano, que una escuela que milita la pedagogía de la ternura. Una escuela que llega a las casas, que abraza a las familias y se levanta junto a sus alumnos/as. Una escuela que no se queda sentada en su escritorio, una escuela que teje redes.
“Y ahora, por favor, enséñenos cosas realmente importantes”, le dijo Mafalda a su maestra. Y como siempre, nos dejó pensando…¿qué habrá sido “lo importante” para ella ese día? Y estas preguntas nos llevan a otras…¿Qué es “lo importante” en la educación? ¿Quién lo define? ¿Quiénes participan de esa definición? ¿Importante para quiénes, para qué? (Magistris y Morales, Educar hasta la ternura siempre, del adultocentrismo al protagonismo de las niñeces)
Los derechos humanos, la empatía, la mirada humanizada, la escucha atenta, la palabra justa, el protagonismo de las niñeces y juventudes y el abrazo, tienen que ser lemas de nuestra educación y deben ser nuestra bandera de lucha.
“¡Hasta la ternura, siempre!”
Bibliografía
- Cazzaniga, Susana (2002): “Trabajo Social e interdisciplina: la cuestión de los equipos de salud”. Revista Margen N° 27, en: http://www.margen.org
- Freire, Paulo (1992): “Pedagogía de la esperanza. Un reencuentro con la Pedagogía del oprimido”. Siglo XXI Editores.
- Magistris, Morales (2021): “Educar hasta la ternura siempre, desde el adultocentrismo al protagonismo de las niñeces”. Editorial Chirimbote.