Desde la implantación de las políticas de discriminación positiva en las universidades brasileras se ha formado una generación de intelectuales. Desde 2012, con la entrada y permanencia de jóvenes negros y negras en estos espacios – la mayoría procedentes de las favelas y periferias urbanas -, el escenario académico ha cambiado considerablemente. Por cierto, no sólo el académico. Hoy en día, algunas empresas están abriendo oportunidades para estos profesionales recién graduados. Los programas de formación de empresas como el minorista Magazine Luiza y los periódicos Folha de São Paulo y Nexo, dirigidos a la población negra, son algunos ejemplos. Estas medidas pretenden diversificar el liderazgo de estas empresas, tal y como afirman. Por mi parte, no creo que se trate sólo de una tendencia comercial o de una apertura espontánea de estas empresas. Tal vez sea un reflejo de las tensiones y exigencias internas.
La tensión interna es un efecto directo de la presencia de estas personas en estos espacios. Y estar presentes es, entre otras cosas, nuestra forma de actuar políticamente, como intelectuales negros. Recuerdo un texto en Facebook de una estudiante de la Faculdade Nacional de Direito (Universidade Federal do Río de Janeiro) que decía que el hecho de circular por los pasillos de la escuela, como mujer negra, ya era en sí mismo un acto político. En las universidades también estuvimos presentes, formando colectivos negros, grupos de estudio y cursos de ingreso a la universidad. Fuera de las universidades, actuamos y construimos pre-vestibulares comunitarios y otras organizaciones locales, cuyo objetivo es compartir los conocimientos que hemos producido y adquirido.
El acto de racializar estos espacios delimita las diferencias y crea fronteras simbólicas; cuestiona los discursos, señala las ausencias y nos recuerda lo que queremos olvidar. Y esto es positivo porque diversifica y ofrece nuevas referencias sociales, culturales y filosóficas al entorno académico. Aporta al trabajo y a las discusiones otras sensibilidades, experiencias, vidas, proponiendo construir un conocimiento que valore el testimonio. Lo que está en juego no es la incorporación, sino la diversificación y la tensión de estos espacios. Al establecerse esta relación basada en la diferencia, nos damos cuenta de que todo discurso está localizado y, por tanto, es ideológico.
En un importante ensayo, el sociólogo jamaicano Stuart Hall (2003, p. 335-349) argumenta cómo las políticas destinadas a promover la diferencia cultural hacen aflorar otras sensibilidades y crean espacios para impugnar lo que existe como hegemónico. Surgen nuevas alternativas y se proponen otras «tradiciones» como referencia. Este movimiento es poderoso porque permite reescribir la historia a contrapelo; muestra cómo un conjunto de medidas institucionales, políticas e ideológicas ha dejado fuera a innumerables personajes, ideas y teorías sobre el mundo. Destaca cómo el olvido, la negación, el deseo de silenciar son herramientas políticas del racismo, y deben ser combatidas constantemente. Y para entender estos procesos en mi investigación, los trabajos de la historiadora Beatriz Nascimento y de la antropóloga Lélia González son fundamentales.
En su libro Memórias da Plantação, Grada Kilomba habla de cómo la boca es un órgano importante para simbolizar el habla y la enunciación. «En el contexto del racismo, la boca se convierte en el órgano de opresión por excelencia, representando lo que los blancos quieren – y necesitan – controlar y, en consecuencia, el órgano que históricamente ha sido severamente censurado», dice el autora (Kilomba, 2019, p. 33-34). Kilomba observa el cuadro que representa a la esclava Anastasia amordazada, como castigo, por razones que ella supone que fueron su resistencia a las embestidas sexuales de un «señor» blanco o para evitar que hablara de activismo político. En 2019, la artista Yhuri Cruz realizó la importante obra Monumento à Voz de Anastacia, proponiendo un viaje en el tiempo para quitar la mordaza de su imagen y hacer a Anastasia libre. Se trata de un acto de reescritura de la historia.
Este viaje en el tiempo, hoy en día, trasciende la propia historia colonial y de esclavitud de Brasil. La vuelta a las tradiciones africanas, como la de Kemet, por ejemplo, ha construido caminos alternativos para la alimentación, la salud y el cuidado del cuerpo. Son filosofías que guían la vida por otros principios, cambiando la forma de relacionarnos con el mundo. El creciente interés por las teorías decoloniales está reforzando este proceso.
La memoria es un campo de disputa. Creo que en la medida en que nos hacemos presentes en el espacio académico, empresarial, artístico o donde sea, nuestros cuerpos negros hacen política. Existir, en sí mismo, ya es un acto político. Pero la cosa no se queda ahí. Estar presente es también construir espacios de contestación y medios para vociferar las voces que quedan fuera y que una serie de políticas institucionales racistas han querido (y quieren) hacer olvidar. No hay borrado porque, al fin y al cabo, incluso con todo esto, estas voces siguen resonando.
Para todos los campos del conocimiento, movilizar el pensamiento de los artistas e intelectuales negros e indígenas, dándolo a conocer a través de la política de la redención, hace que nuestra imaginación teórica y filosófica sea más diversa y representativa. En las universidades brasileñas, tras las políticas de discriminación positiva, los colectivos negros también cumplen esta función. Al nombrarse en referencia a personajes negros históricos -muchos de ellos «olvidados» en nuestro imaginario social- los rescatan y los hacen presentes. Los investigadores que se dedican a la trayectoria vital de estos personajes actúan en la misma dirección. Proyectos como los podcasts História Preta, Vidas Negras, Kilombas, Ogunhê, Negra Voz, Filhos da Diáspora, entre otros, son también ejemplos.
Sin duda, estas políticas de discriminación positiva han provocado importantes cambios sociales, económicos, culturales y políticos que trascienden el espacio académico. Aunque los avances son evidentes, no faltan las figuras políticas en Brasil que quieren acabar con ellos. Especialmente en la coyuntura actual, en la que se están erosionando todos los logros democráticos de los últimos años. El próximo año se revisará la política institucional de discriminación positiva y se espera un intenso debate público.
El ingreso de los negros a las universidades no es un fin, sino el inicio de un largo proceso de lucha por la permanencia y construcción de la representatividad en estos espacios. Y esto también se ha reflejado en el mundo empresarial, como demuestran estos programas de formación. Y cuanto antes entiendan estas instituciones y empresas que no estamos aquí sólo para aprender, mejor será para su desarrollo. Una vez presentes, tensos, estamos enseñando a los que están dispuestos a escuchar.
[1] Agradezco a Laura González Morales la corrección de la traducción.
Referencias Bibliográficas
KILOMBA, Grada. Memórias da plantação: episódios de racismo cotidiano. Rio de Janeiro: Editora Cobogó, 2020.
HALL, Stuart. Da diáspora. Belo horizonte: UFMG, 2003.