De los primeros libros de mi formación destaco, la novela “El Pájaro pintado” de Jersy Kosinsky.
¿Qué decir de la novela en función de la escuela? Solo pasan a nuestro acervo las que permiten el carácter más genuino, es la única oportunidad que tiene la historia de hibridarse con las almas, de no ser retórica alienante de los claustros. No tiene sentido la lectura de novelas que no te conmueva hasta provocar en ti la disidencia.
Para escribir la historia con el compromiso que la novela requiere, se necesita a un detrador/a colocado en un sitio a salvo, que usualmente el/la mismx novelista construye por cuenta propia; un cuento que él/ella se hace consigo mismx para guardarse al hacer la novela. Tal vez sea su cuento íntimo para proteger su acervo ancestral.
El lector también requiere ese lugar para leer, para estar a salvo, es un acto íntimo como el que tiene un conuquero para tener un conuco escondido en una tierra ejidal.
Por eso entregar una novela, entregarla realmente, que no es imprimirla y distribuirla impersonalmente, es entregar la llave de un portal a ese jardín, a ese conuco íntimo. Claro, no cualquier texto llamado novela es llave de un portal, no cualquier lector/la está listo para ver la llave. Pero hay que tener confianza en la magia.
La novela inventada por occidente, tiene la virtud de revelar todo lo negado y de disipar el olvido sobre todo lo que occidente necesitó borrar, reprimir, y negar. La novela puede atraparte en lo no dicho, hacerte consciente del extravío en el que vives, permitiendo ver el mundo con los ojos iniciados de la metáfora. Un novelista trató de definirlo para la crítica “… el compromiso de muchas disciplinas sociales incluida la política es con la realidad, el compromiso del novelista, es con toda la realidad”.
La novela siempre está escrita en códices, hay que pasar la vela sobre el papel para estar realmente frente al acertijo, se requiere sudor nocturno, tribulación de desvelo, para que la tinta emerja. ¡Un capítulo más! antes de que nos venza el sueño. Leer la novela, digo, es posible; es hacer nuestra oración en el huerto, en la que nos damos cuenta que no somos dioses y que las certezas son dudas sagradas. Con la lectura de la novela no brotan monstruos bajo la cama, en ella avizoramos que vivimos en los ojos de un monstruo.
Pero vuelvo a Kosinsky y a “Pájaro Pintado». Una novela pensada por un demiurgo, un diseñador de los que develan en el caos, la coherencia de su diseño. Recuerdo el entusiasmo con el que la leí antes de los 20 años. Kosinsky nos hace ir tras el horror, sin que deje de ser horror para el lector. Un niño, arquetipo de lo vulnerable y de lo posible en la compasión humana, solo, en medio de la guerra.
El niño en esta historia puede ser todxs nosotrxs. Es la mujer que persiste en nosotrxs y que la lascivia más superficial pretende borrar aún sin lograrlo. El narrador nos muestra cómo la cultura es una flor que se abre oscura para favorecer el horror, cuando la violencia lo propicia y no por eso condenamos la cultura, nadie condena lo que sabe realmente.
El narrador nos da la oportunidad de colocar sobre un tablero, las responsabilidades y los roles. Un demiurgo que diseña un escenario en el que el lector/a completa el juego, si es capaz de no refugiarse en la culpa, en el miedo o en la compasión más ramplona. Nadie es libre leyendo, pero lo escrito por kosinsky concilia mejor que 50 años de historia, lo ocurrido sobre el territorio imaginario de la Europa oriental en la Segunda Guerra Mundial.
Me enteré por el propio Kosinsky que al publicar la novela en su patria lo veían como un traidor y los enemigos de su patria lo veían como un patriota. La lectura de aquel libro produjo de inmediato su propia dimensión del exilio.
La vida de Kosinsky y de su novela, que se dice autobiográfica, devela constantemente una identidad que lo hace común con nosotrxs. Nos indica la puerta, la búsqueda de la llave para entrar en la dimensión del olvido. ¿Quiénes somos realmente sin salidas de propaganda y alternativas a las épicas de todos los tiempos?
El narrador nos pone en la guerra y nos pregunta ¿quién eres? No al niño que la recorre, al lector/a, al propio lector/a. Kosinsky es un escritor para el camino, no para los proyectos de llegada al poder, no concilia con las “soluciones finales”.
En el camino no hay espejos, pero los escritores, los cantores del camino, pueden enseñarnos a voltear nuestros ojos hacia adentro y hacia atrás para poder germinar en la lectura, en la escucha, la semilla que va al conuco de nuestro hacer.
No puedo olvidar que en el prólogo Kosinsky nos cuenta el origen del nombre de su novela, con esa sana costumbre de contar el cuento antes de contarlo, de contarlo varias veces. Nos dice que en su infancia en Polonia oriental, había un campesino que tenía el hábito de atrapar un pájaro que iban de paso con su bandada, cuando estaba cautivo, lo pintaba de llamativos colores, coloreaba sus alas con sumo cuidado, luego los soltaba y los seguía en su intención de regresar a la bandada, seguía su vuelo. El pájaro al volver era desconocido y la bandada lo picoteaba hasta desmembrarlo en una orgía de sangre y plumas, con una violencia rápida, incesante en pleno vuelo.
Hay que ser policía para con la lectura más superficial de “El pájaro pintado” no hacerse, al menos, un disidente inesperado y torpe.
El epígrafe de Vladimir Maiakovsky que escoge el novelista es ya una solución del miedo sobre el que va a narrarnos: “Y sólo Dios en verdad omnipotente, supo que eran mamíferos de otra especie”.
La metáfora construida del niño en medio de la guerra aún me convoca, cuando en lo que se dice mi patria el negocio de la tortura florece sobre niñxs y adolecentes de los barrios dónde vivimos las mayorías, tan solo por atreverse a compartir su alegría. La metáfora lo dice todo, cuando la inocencia consciente de un cura de un pueblo en el sur de México, se convierte aún en su camino de sacrificio. Kosinsky me convoca a solas mientras las bombas siguen cayendo sobre Gaza, sobre Beirut.