Quisiera que mi vida fuese solo una historia de amor, marcada de forma indeleble en el pecho con romanticismo caballeresco y frases rimbombantes por doquier, atravesada por emociones fuertes, sin desperdicio y sin una pisca de sencillez, pero resulta que no…
La realidad, aunque en ocasiones supera la ficción, suele estar cargada de repetición y de tedio.
La vida se compone en su mayoría de momentos neutros, que están más cercanos a la tristeza, que a la felicidad y por eso resulta tan difícil diferenciarlos.
Los instantes felices son destellos de lucidez sobre los cuales se aferra la existencia para soportar la carga de la cotidianidad.
Y eso mismo pasa con el amor… Siempre he creído que la atracción romántica, cuando es correspondida, es como la ignición de una llama, un momento efímero que temporalmente no representa nada, pero que produce luz.
La intensidad de la misma puede hacer fuego débil que de forma febril, puede morir sin la presencia de la brisa. Aunque también surge a veces fuegos fuertes que queman e incineran todo a su paso hasta que consumirse a sí mismos.
Y luego están aquellos fuegos viejos, amigos del tiempo, que regalan calor y abrigo, y entorno a los cuales la manada se reúne, erigiendo sobre ellos historias, leyendas y cantos.
Para mí el amor es un momento, es fuego…
El nacimiento es tan extraordinario como cualquier milagro, la intensidad, lo que dure, o lo que consuma, para nada resta a su cualidad divina ¿Prometeo regalo el fuego o el amor?
Si lo construyo igualmente quema, y si lo deconstruyo así mismo duele.
Recordamos en la vida solo la luz que vemos en las penumbras, Igual que al amor solo lo mantiene vivo aquello que lo deslumbra.