Migrantia

La idea me invadió despacio, casi sin ser advertida sino hasta demasiado tarde. Inició con un suavísimo movimiento, como un canturreo apenas inteligible, pero que iba tomando posesión paulatinamente de los centros de mi pensamiento. Seguramente encontró terreno fértil en no-se-qué rasgo de mi carácter. Nunca he sido un apasionado, por lo cual no suelo arrebatarme con pensamientos grandilocuentes, y me suele pasar que para cuando noto en mi persona una cierta conducta extravagante o alguna idea magnánima, ésta se encuentra enclavada en el epicentro de lo irreversible, producto de un trabajo de apropiación largo y profundo que no alcanzo a recordar. El pensamiento en cuestión resultaba hermoso y casi sublime, pero con el transcurrir de los días no pude dejar de notar que su ejecución, concreción y éxito dependían de un sinfín de factores que resultaron pruebas insuperables para mi obstinado escepticismo o escasa imaginación. La idea en cuestión versaba sobre hacer una tierra para migrantes, para desarraigados. O un país. No sé si podríamos llamarlo Nación.  

Siendo yo mismo migrante, era una idea inobjetablemente parcializada, pero los eventos sobrevenidos en los últimos años, coronados con las dificultades de cierto pueblo de Asia Central en las últimas semanas, me hacían pensar que esta suerte de utopía, además de venir pululando en mi inconsciente desde todo ese tiempo, merecía distintas consideraciones que trascendían al delirio solipsista de un extranjero más. Su fecundidad, por supuesto, no iba a estar determinada por las capacidades de quien escribe, condenando tal idea al fracaso, sino por una apertura radical a terceros en una comunidad mundial que se construiría a partir de un ideal común. Pronto la difusión de mi propuesta, que de original o vanguardista tiene poco o nada, estuvo en Internet. Me sorprendió gratamente encontrar respuestas de participantes en migrantia.com en cuestión de horas. No solo encontré aportes que van desde el sentido común hasta teoría política sino una capacidad para la autocrítica y el disenso armonioso, si cabe la expresión, que derriban gratamente mi descreencia a proyectos ambiciosos, de los cuales soy paradójicamente presa fácil. 

Reproduzco a continuación algunos fragmentos esbozados en Migrantia, esperando poder embargar al lector de lo que creo que es ya a esta altura una idea contagiosa, y si me permiten, pandémica. Migrantia, tierra de migrantes, sin prefijos de “in” o “e”, mi único aporte. Lo demás proviene de otros, de la red, de la virtud del trabajo colaborativo que de Perogrullo se presenta como la piedra fundacional de cualquier realidad posible. Si el lector se encuentra plenamente identificado, hasta conmovido con lo abajo expuesto, no dude siquiera en acercarse al portal con los textos completos que por extensión no pude mostrar acá. Si le sucede, por el contrario, que las ideas se van cimentando en su ser más sosegadamente tal cómo fue mi experiencia, tómese el tiempo de leer, releer y reflexionar. Si al cabo de un tiempo, dejó de pensar en lo acá escrito, usted es inmune de cierto modo a este proyecto. Si, por otro lado, a pesar de encontrarse con una feroz oposición en su mente para dar crédito a esta abstracción, y sigue pensando en el tema, debe considerar que está de algún modo cercano a Migrantia. 


Martha, desde Manta, Ecuador:

Me parece HERMOSO el proyecto. Un país nuevo, que podamos hacer desde 0, donde vivamos todos los que queramos vivir allí en paz y armonía. Si lo podemos pensar, lo podemos hacer, entre todos.

Susana, desde Baja California, México:

Solo podemos pensar en este proyecto desde un no-nacionalismo. Una no-patria. Evidentemente habría un Estado que se encargaría de las cuestiones administrativas, pero en el centro del proyecto no puede estar el de ser nacionales de ese nuevo país. Nacionales por oposición a extranjeros. Todos seriamos extranjeros, todos seriamos de “otro lugar” de manera que no hay ciudadanos originales o con más derechos legales y simbólicos que otros. El corazón de esta utopía sería el no-pertenecer-del-todo.

Orestes, desde Pescara, Italia:

La idea se me parece a lo que planteó Charles Fourier en el siglo XIX con los falansterios. Comunidades cerradas en donde no hay propiedad privada, es auto-administrada por su propio gobierno, en donde finalmente se logre el fin de las clases sociales. Habría que empezar por pensar por que fracasaron los falansterios en primer lugar. 

Ibrahim, desde Lagos, Nigeria:

Propongo que no pueda haber nacidos en Migrantia. Sería de mal gusto. Los niños por nacer deben hacerlo en algún Estado determinado, si quieren el de alguno de sus padres y luego volver a habitar Migrantia. 

Arthur, desde Perth, Australia:

La financiación del proyecto, además de encontrar un territorio en primer lugar, debe ser sostenible. Tendríamos que hacer un gran fondo común en donde los que pensemos que quisiéramos vivir en un lugar así, empezáramos a juntar el dinero que lo pueda traer a la realidad. Este fondo debe ser administrado con una debida transparencia, con acceso a todos los contribuyentes al movimiento de los mismos y con auditorias respectivas. Tendríamos que pensar de acá a una o dos décadas para hacerlo posible.

Monique, desde Tánger, Marruecos:

Concuerdo con Susana. Es esencial los no-esencialismos. La identidad tendría que ser paradójicamente la no identidad nacional. Se debe suspender la nacionalidad previa que se tenga al entrar a Migrantia, convirtiéndose un migrante o individuo sin más. Cualquier migrante que haya huido o escapado de su país sería bienvenido. Además, cualquier persona que quiera salir de su país o renunciar momentáneamente a su nacionalidad, lo podría hacer. No solo sería un país para migrantes sino para las personas que siempre han sido extranjeras de su sociedad. Podría pasar que un migrante se sienta profundamente identificado a su patria. Posiblemente no sea el lugar correcto. Si lo sería para aquel que siempre vivió en su país, pero nunca se sintió parte del mismo. 

Mariana, desde San Carlos de Bariloche, Argentina:

El espacio físico de Migrantia tiene que ser remoto. Quizás unas islas en el Pacifico. Lejos, digamos que por donde se escondía el capitán Nemo o estaba la bestia de Lovecraft. Una vez que “terraformemos” esos lugares, que nadie quiere habitar por lejanos e inhóspitos, podemos tener esa experiencia de enajenación personal de la que hablan más arriba. Imaginemos un atolón adaptado a nuestras necesidades. Sería poético, por demás, construir sobre algo que se sumerge, que es precisamente lo que es ese tipo de ínsula. No necesitaríamos en principio una isla o una serie de islas demasiado grandes. Archipiélagos que sumen 100km2, debidamente adaptados, podrían servir para la primera camada de habitantes. Luego se podrían agregar plataformas auxiliares artificiales. Apuesto a que nadie querría vivir en el pasado, sin electricidad, agua potable o internet, por lo cual el trabajo de vivir en Migrantia empieza con hacernos de las islas remotas del Pacifico Sur y terraformarlas previamente. 

Edward, desde Port Antonio, Jamaica:

Me agrada la idea, pero lo que encuentro es un lugar para irse de vacaciones de gente que se aburre. Se le debe exigir un compromiso al habitante de Migrantia de permanecer un tiempo determinado, colaborar en las tareas productivas, evitar imponer demasiado su cultura a los otros. Un ejercicio de ascesis de subjetividad. Se trata más de dar que de recibir. Creo en que todo el que quiera entrar al Migrantia pueda hacerlo, pero no sé si todos están conscientes de que es un cambio radical de actitud. Es dejar algo atrás de verdad. Una experiencia transformadora.

Sven, desde Isla de Faro, Suecia:

El sistema político debe ser, por supuesto, profundamente democrático, pero sin las distorsiones de las formas de gobierno que tenemos. Confianza y solidaridad, ante todo. Cargos rotativos, pero de verdad. Sin acumulación, nadie debe ser ostentosamente rico puesto que ya sabemos los problemas que genera la desigualdad. Esto es más fácil cuando seamos pocos, pero ya una centena de miles requerirá más sofisticación. Habrá más confianza mientras seamos más transparente con el otro, aunque no lo conozcamos. Si la administración de Migrantia es simplemente una rendición de cuentas y sus habitantes personas genuinamente responsables, no será necesario ni un dirigismo, ni un igualitarismo ni un orden demasiado rígido. Habrá que hacer ensayo y error, controladamente. Esto llevara años, como dijo alguien por allí.

Macarena, desde Bilbao, España:

Como no va a ser posible la autarquía en medio de una isla remota, que es el pedazo de tierra que podremos obtner, podríamos formar a los futuros habitantes en trabajos que funcionen como servicios por internet, programación, home office, como se llame, para que podamos obtener dinero del resto del mundo y así poder importar los productos que no tengamos inicialmente y que nos llevará tiempo construir. Creo que, si renuncias a pertenecer a tu nacionalidad, también aplica a tu profesión y podrías adaptarte a hacer lo que se requiera para echar a andar Migrantia. Rotativamente, porque no se hará solo programar o enseñar a distancia. También habrá industria y servicios imposibles de hacerlos on-line, directamente en Migrantia. 

Kasumi, desde Nagasaki, Japón:

Propongo evitar a toda costa la religión. Puede existir cierto espiritualismo o algunos resabios de religiones que cada migrante traiga, pero o se inventa una nueva religión suficientemente amplia o mientras tanto se mitiga el efecto de masa que puede tener la religión. Hay grandes líderes espirituales como el Dalai Lama, Gandhi, León Tolstoi, que podrían servir de ejemplo, pero solo desde el ejemplo y nunca desde la doctrina.

Sean, desde Winnipeg, Canadá: 

Realmente encuentro la idea demasiado utópica en la ACTUALIDAD. No es posible hacer un isla o pedazo de tierra deshabitado habitable para digamos unas 100mil personas iniciales. No lo creo. Ahora, por cómo va la tecnología pienso que, en un FUTURO CERCANO, si se podrá. Habrá comida totalmente orgánica fabrica con casi cualquier material, los satélites permitirán casi cualquier conexión y la generación de luz y agua podrá hacerse con métodos cada vez más ingeniosos. Comida sana y sustentable, servicios básicos accesibles, consumo de los mismos moderados, construcciones no agresivas con los espacios verdes, creo que lo tendremos en un futuro muy cercano. Si nos preparamos AHORA, es decir, antes de que todo este hecho, desde la tierra a los medios que nos harán vivir en esa tierra, entonces ahí tendríamos una oportunidad contra un mundo que seguramente tratara de hundir la idea desde el principio. 

Karim, desde Oskemen, Kazajistán:

Nunca me he sentido ni de mi familia, ni de mi ciudad ni de ningún lado. Necesito este lugar, como sea. Gracias por pensarlo y tratar de hacerlo posible. Haré lo que este a mi alcance para colaborar en esta extraordinaria labor. De donde vengo, importa el pasado y la tradición. Hacia donde voy, que ahora tiene nombre, Migrantia, precisamente no hay pasado y tradición. Gracias por leerme.

Ismail, desde Putrajaya, Malasia:

Salvo que seamos los primeros migrantes inmensamente ricos y demos partes significativa de nuestra fortuna todos los años, el proyecto será muy difícil de darle inicio. Propongo hacer una gran campaña con la comunidad internacional para que ellos NOS FINANCIEN el proyecto. Si nos convertimos en el primer grupo de personas que puede vivir de una manera distinta a las formas políticas, económicas y sociales de hoy día, y además resulta potable para el planeta, podríamos hacer nuestro proyecto cada vez más grande y además más difundido. ¿Quisiéramos una isla de sociedad perfecta o que efectivamente el mundo pueda ser un mundo menos hostil y más abierto? Quizás algunos les parezca invivible nuestra vida sin esas grandes identidades. Pero muchos otros si quieren acercarse y no lo saben. Juguemos para nosotros y luego para ellos, que al final serán nosotros. O más bien, seremos. 

Karolina, desde Klaipeda, Lituania:

No creo que nos podamos arrancar del corazón lo que somos y lo que traemos. Diría imposible. Pero, por otro lado, creo que a veces si lo queremos con todas nuestras fuerzas. Muchos migramos de varios sitios queriendo arraigarnos en algún otro lugar. Algunos nos dimos cuenta que, al no ser de aquí ni de allá, no existe arraigo posible. Algunos somos eternos desarraigados. ¿Qué hacemos entonces? Practiquemos el desarraigo lúcido. Es saber que es falso la posibilidad de arraigarse, que es una mentira bien contado, pero, aun así, aun contra esa verdad, intentamos arraigarnos como podamos. De a poco, según pueda cada quien. Acompañándonos en ese proceso sabiendo que conduce al fracaso. No hay receta mágica, pero practicando este sabio desarraigo quizás la carga se haga menos pesada. Por eso pienso, a medida que leo sus comentarios que ya Migrantia existe en cada uno de nosotros. Por lo menos desde que entramos a este portal web la insatisfacción estaba en algún lugar. Ya Migrantia está, está con los que escribimos acá. Concretarla, lo logremos o no, es un añadido. Pensarla siquiera, ya es liberador.

Carlota, desde Colón, Panamá:

El problema no es construir Migrantia. Cuando ya hayamos construido Migrantia es cuando los verdaderos problemas empezarán. Dejemos lo difícil para después. Hoy hagamos lo fácil. 

Publicado en CulturaEtiquetado , ,

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *