Vacuna en tres actos

Tres reflexiones en torno a la pandemia

Fuente de la imagen, Pixabay.

Acto primero

(Aparece una figura alta, delgada, encorvada por el peso de una incipiente joroba. De tez pálida, escaso cabello y unas manos que delatan una dedicación al trabajo intelectual. Se encuentra en paños menores, por lo que se dirige al centro del escenario y de allí toma una serie de prendas colocadas en una pila, una sobre otra, impecablemente dobladas. Primero se coloca una larga túnica negra, con entalle perfecto para su altura. Luego pasa a ponerse encima un escapulario monacal del mismo color, y con suma paciencia se ata a la altura de la cintura un cíngulo que permite ceñir al cuerpo todo ese ropaje holgado. Por último, se coloca una cogulla oscura que permite adivinar su oficio: se trata de un monje benedictino medieval. Deja en el piso una máscara con pico alargado que la asemeja a un pájaro)

Monje

El Azote de Dios, el Azote de Dios repiten todos, los que sobreviven, los poquísimos que quedan. La Ira de Dios, la Furia de Dios. Vaya usted a saber con qué bríos pueden aquellas pobres almas siquiera mencionar el Nombre del Señor. Una mortandad tan grande no puede ser artificio del Ángel Caído, no. Tiene que venir con connivencia del Amadísimo. Porque como se explica que caigan como moscas las criaturas del Padre a lo largo y ancho del mundo cristiano, desde el estrecho de Dardanelos a ese Mar que algunos llaman del Norte.

La Providencia y sus designios son inescrutables. La muerte recorre el continente. Visita las casas y se lleva por delante familias enteras. Nunca hubo nada semejante. Pero desde Roma la instrucción es clara: acogernos a la oración, al encuentro íntimo con el Señor. No hay que dudar ni por un momento de Su Santidad, su voluntad es inapelable. Pero no es desandar el camino de Dios el observar y darnos cuenta de lo que pasa en nuestro medio. Las artimañas del Oscuro no son traslúcidas al alma de nosotros, los pecadores. El envilecimiento de nuestro mundo no es inocente con respecto a esa enfermedad que recorre la Tierra de cabo a rabo. Es obra de la maldad humana. Pues, ¿cómo Dios, con todo su esplendor, podría castigarnos con semejante prueba? Y diantres con Noé, Sodoma y Gomorra o con Job. No. Acá nosotros mismos, pecadores, cavamos nuestra tumba.

Esta miseria empezó cuando aquellos malnacidos que viven en burgos empezaron su ascenso. Si, hambrientas almas de codicia, de vanidad, de egoísmo. Pues ni este monasterio en donde me recluyo puede ocultarme que ha sido culpa de la ambición, de querer ir más allá de donde se puede alcanzar. Rutas inventadas, improvisadas, trajeron los miasmas que hoy nos laceran. ¿Pero hay acaso otra opción concebible a que esos mercaderes no sean sino instrumento del mal? Se nos mezcló con extranjeras costumbres, con innecesarios galimatías. Ah, pero fueron ricos algunos. Mercancías, mercancías de la tierra de los infieles y de más allá venían a nuestro mundo. Pues hoy tenemos la muerte. Nuestros pueblos serán pecadores y en muchos casos están irremediablemente condenados, pero ese instinto a buscar más allá nunca se alejó de otra cosa que Cristo. Y ahora ¿en manos de quién estamos? De los judíos arrastrados que ejercen la medicina, si es que se puede llamar tal. Falsos curanderos. Venden su fuerza de trabajo a sabiendas de que muchos, pronto, no serán más que polvo.

Máscaras con hierba en el pico, como esta de acá, para evitar el miasma ¡Ladrones! Se han inventado cada cosa para engañar a los que seguimos a Cristo. Esta máscara, objeto demoníaco, vehículo de riquezas. Pero no, su falso arte no salva a nadie, es sabido. Si el mismísimo Lucifer le diera la cura para esta peste, si le diera un remedio para aliviar nuestros males, aun así, sería para venderlas a un costo exorbitante para lo cual sus correligionarios nos prestarían dinero para comprarla, con su más que abultada ganancia. ¡Maldigo el día en que se inventó la usura y el interés! Si he de aliviar al prójimo con un préstamo, ¿por qué no dárselo sin esperar nada a cambio? Si devuelve en tiempo convenido y en cantidad acordada, lo único que se prestó fue el paso del tiempo entre el primer momento y su devolución. Pero el tiempo es solo del Santísimo. No del Hombre. Roban a Dios. Ahora roban la salud de los enfermos con habilidades arcanas. El camino es Dios, no este falso rostro. Nunca el falso ídolo.

(Arroja la máscara al público).

Acto segundo

(Entra un hombre a un despacho elegantemente decorado, suntuoso, pero sin poder evitar mostrar un dejo de decadencia. Los detalles en el mobiliario delatan una otrora prosperidad engarzada con una solemnidad grave, pero en la situación actual había poco del segundo y mucho menos del primero. El hombre en cuestión se viste a la usanza de un burócrata en época estival, camisa manga corta y blanca, corbata negra, pantalones de pinza negro y zapatos de cuero de trenzas gruesas. El porte de autoridad del hombre residía en un bigote color caoba que hacía contraste con unos casi transparentes ojos celestes. Se aproxima a la mesa del centro del escenario, remueve una silla, se sienta y permanece mirando la habitación como sin poder reconocerla del todo. Abre una de las gavetas del escritorio estilo clásico que tiene enfrente y saca con parsimonia unas hojas. Lee con dificultad, entrecerrando los ojos tanto por el exceso de luz que hay en la habitación como por unas letras que parecen serles esquivas, hasta que finalmente da un signo de reconocimiento)

Burócrata

¡Aja! Acá está. Perfectamente conservado. Una maravilla estos siberianos cuando se proponen las cosas. Eso sí, para dejar cerradas las cortinas para amortiguar la noche blanca petersburguesa, ahí no. 11 de la noche, caray. Vamos a cerrarlas… ahí está, qué desastre, seguro tienen polvo desde quién sabe cuándo estas telas. Parece que no las tocan desde la época del camarada Leonid. Pero bien, acá está en mis manos el famoso escrito del tal F.F. Francis Fukuyama ¡Ah! Los americanos y sus cosas. Siempre se piensan como ganadores, como los grandes invictos. Si, pero sin embarrarse en el lodo. Solo se mojan cuando llegan apoyados por otros o lo peor ya pasó.

No nos engañemos, los tipos son talentosos, tienen toda la riqueza que ellos quieren…pero de ir al fondo, mano a mano, pocas veces. ¿Bombas atómicas? Estaban desesperados por arrebatar al Japón a nuestras tropas. Fue su miedo y no sus huevos lo que prevaleció. Quizás de llegar nosotros a Tokio, este F.F. fuese nacional nuestro. Hijo de la Gran Patria. No fue lo que pasó. Y no conviene darle mucha vuelta. No lo odio al camarada Mijaíl, todavía hace un gran trabajo, pero quizás se envenenó del pensamiento de hijos de puta como F.F. El Fin de la Historia es el título de esto. Si, si, Hegel. En Europa estamos hasta la coronilla de ese mentor de Nazis.

El fin del Fin de la Historia se lo dimos al corso en estos parajes. Igual que al cabo austriaco. Bien, F.F. no habla de lo bélico. Habla de las ideas y de cómo los americanos nos torcieron el brazo con su economía capitalista. Anda tú a ver qué es eso ahora. Optimismo desmedido, desenfreno, riesgo. ¿Cuán más rápido quieren ir? Vencieron a los soviéticos y ahora se apoderarán del mundo, pensarán. Pero no con las armas, sino con las ideas. Con la mente en que todo es capital, todo es dinero. Más bien, que todo puede ser todo. Sí, claro, acá está este burócrata con porte estalinista en un viejo edificio de gobierno sangrando por la herida. Cualquier puede pensar eso. Que es para reírse. Pero rara reírse es esto. Este pasquín de F.F. donde dice que la historia se acabó porque triunfó la democracia liberal y el libre mercado. Imbéciles. 100 años tendrán siendo un gran país, quizás. Serán esplendorosos, se mostrarán los grandes ganadores de una pulseada única, la Guerra Fría. Les doy unos años, 15, 20 a lo sumo. Ya lo saben, vendrá su crisis. Y lo peor, la habrán podido evitar, pero no la quisieron ver.

Luego vendrán otras. Se lo decimos desde el país más grande del mundo: la victoria es efímera. Engendra su propia derrota. ¿Qué harán con todo ese capital si no les sirve ya para hacer la guerra, porque son demasiado poderosos como para plantear una causa razonable, o que harán con todo ese dinero si no pueden darles felicidad a sus ciudadanos? ¿Cómo moverán recursos cuando el enemigo viene de adentro y ya no es el malvado ruso el que los acecha? Nosotros también tuvimos decadencia, mucho antes que ustedes, spengleriana en sentido estricto, y la resistimos con gallardía. Ustedes no, ustedes huirán hacia adelante, con dinero, con puro dinero. Crecimiento, deuda, crecimiento. Se les salió el tornillo en el 73, y ahora someten al mundo a esa locura de abandonar cualquier política de intervención del Estado. Se financiarán un tiempo con países que sí forman a sus ciudadanos, pero se irán rezagando ustedes.

Su fin de la historia no es más que una religión malentendida. Porque ¿no es acaso una religión la que dice que tiene la fórmula final para vivir en paz? Democracia parlamentaria y liberalismo económico. El Reino de los Cielos era menos ingenuo. El comunismo habrá sido una revolución espuria, digamos que les concedamos eso, pero quizás ustedes terminan acabando con la Tierra. Porque lo que no ve este F.F. es que está al caer una plaga, una bacteria, una alteración genética que vaciará todo lo concebible. Harán ustedes mismos los medicamentos para esos problemas, quizás lo sortearán un tiempo, pero su concentración malsana y su egoísmo les terminará pasando factura. La pandemia la harán ustedes, con su modelo que todo absorbe, su supuesto Fin de la Historia. Ahí sí será el fin, cuando se destruya el planeta. Te escribo aquí mismo, sobre estas páginas, F.F., a ver si el siberiano te lo hace llegar, el error de todo tu sistema: La propiedad, el capital y la ideología en las mismas manos. Que no circule, que todo quede en los de siempre. Ya nosotros lo sufrimos. Tontos, no lo hagan ustedes y hagan volar todo por los aires. Bueno, no a nosotros, porque si algo sabe la Madre Rusia es sobrevivir sea en la nieve o sea en la estepa.

(Deja de escribir en las hojas del artículo de Francis Fukuyama y lo vuelve a guardar dentro del escritorio, se levanta y deja la habitación.)

Acto tercero

(En una cabina de avión comercial, en primera clase, viaja sentada en un cómodo asiento de lujo una mujer impolutamente ataviada, de mediana edad, morena, cabello lacio, que se sabe guapa. Parece una persona aproximable por alguna forma en sus modos, pero su voz grave hace que al hablar detente automáticamente una autoridad incontestable sobre quienes la rodean. A su lado viajaba un niño de unos 10 años, plácidamente dormido. Ambos llevan una mascarilla sanitaria que les tapa parcialmente el rostro. La mujer da pasos firmes alrededor del pasillo, comprobando que viajen lo suficientemente lejos de los demás, pero nota que no hay nadie en toda la sección. Vuelve al lado del niño, se quita los zapatos y suspira largamente, cierra los ojos durante unos segundos y luego lo abre de nuevo, dejándolos fijos sobre la cabeza del chico. Le habla con una voz dulce, algo queda)

Si supieras lo que me cuestan esas peleas con tu hermano. Son intolerables. No duermo bien, me angustio. Evidentemente ves a mamá manteniendo la calma, respondiendo con compostura a todas las acusaciones de su primogénito, pero a la noche de ese día, no puede dormir como tú. Me indigna muchísimo tener que darle explicaciones a alguien. Pero tener hijos es encontrar la horma de tus zapatos. Solo a él se las doy, porque sé lo que le importan estas cosas. Le pone pasión, le pone recursos. Tu madre nunca quiso ser activista, el activismo universitario nunca le pareció más que un flaco favor a las causas que solían defender. Dignas, sí, pero ineficientes.

Tu hermano no es como tú, nada que ver. Es de una fiereza y una testarudez que conoces. No te deja ganar nunca, te lleva al límite, te frustra y luego vienes a buscarme para refugiarte conmigo. Yo no siempre estoy disponible. Qué difícil, y a pesar de eso, tú lo llevas muy bien. Soportas mejor que tu hermano o que yo el malestar. Bueno, con la diferencia que yo lo disimulo mejor que él. La última discusión la escuchaste perfectamente. No sé si la entendiste porque a pesar de que eres un niño brillante, hay adultos muy listos que tampoco lo captan. Tu hermano, por ejemplo, no es que no la entienda, lo hace, pero lo piensa distinto a mí. Más bien, opuesto… ¿Te acuerdas de lo que te comentaba de esta enfermedad nueva que ahora está en el mundo? ¿Qué por eso llevábamos estas mascaritas y ya no vamos al colegio ni celebramos las fiestas de cumpleaños como antes? Bueno, mamá es accionista minoritaria, es decir, es como una de las dueñas, de una compañía de esas grandes, como las que salen en Netflix, que desarrollan los remedios para curarla. No son remedios, son inyecciones, pero funcionan como los remedios. Se llaman vacunas. Resulta que mamá, a diferencia de lo que cree tu hermano, ha ayudado a buscar el dinero para poder desarrollar estas vacunas. Hacer una vacuna es caro y lleva tiempo. Se necesita mucho dinero de muchos lugares. Sin los esfuerzos de mamá y otros dueños de la empresa, no habríamos podido hacer la vacuna que hoy ayuda a que la gente no se muera si tiene la enfermedad.

Esto requiere esfuerzo y recursos. Pero tu hermano insistía en que nosotros deberíamos decirles a otras empresas como hacer las vacunas de gratis. Hay una lección qué es importante saber hijo mío, y es que en este mundo nada es gratis. Alguien lo paga. Regalar cosas, a la larga, genera desconfianza. A mi empresa le costó mucho trabajo desarrollarla y lo lógico, lo justo, es que obtenga dinero, con lo que podemos comprar más cosas, para seguir haciendo más medicamentos que ayuden a personas con otras enfermedades. Tu hermano decía que, si la empresa no puede darle vacunas a todo el mundo tan rápido, entonces debe ayudar a otras a hacerlas y por ello recibir un único pago por haber inventado la vacuna.

Tu hermano es un chico inteligente, también. He de reconocer que eso que planteaba no es descabellado, pero insuficiente. Le contesté que enseñarle a hacer la vacuna nuestra a otras empresas no es tan fácil, es lento, no es como seguir la receta de una torta como hace la tía para las fiestas. Se llama transferencia de tecnología y además puede implicar que algunas empresas no solo hagan la vacuna para esta enfermedad de la que hablamos, sino que se aprovechen de tomar la tecnología para otros asuntos. Eso sería injusto, la empresa de mamá se vería afectada y a la larga hasta podría no funcionar más.

Esto lo puso furioso a tu hermano, ahí fue el momento en que te asustaste, saliste corriendo y viniste hacia mí. Tu hermano empezó a hablar de monopolio, de acaparamiento, de dominio de mercado, y de otras cosas que además de ingenuas son equivocadas. No sé si las podrías entender ahora porque en realidad no aportan nada interesante. Le contesté que la empresa de mamá resultará más útil a la sociedad si se dedica a hacer más vacunas y no perder tiempo enseñando a nadie. Imagínate si el piloto de este avión, en medio de una emergencia, tuviera que hacer aprender a la tripulación de cabina como pilotar una nave para que vayan a volar otro avión desde cero. Probablemente sería muy ineficiente. Es mejor que todos vuelen en el mismo avión y al aterrizar, cada quien trate de volar el avión que mejor le parezca para las próximas ocasiones. Lo que respondió tu hermano fue que para cuando aterrice ese único avión, será mucho más rápido y grande que los aviones que ni siquiera intentaron despegar, evitando que otros aviones más chicos experimenten modos de vuelo distintos que podrían ayudar a más pasajeros.

A esa altura, contigo cada vez más intranquilo, dije una imprudencia. Que el mundo se salvará con más empresas como las mías que activismos como los de él. Portazo. Tu ahí temblando. Ojalá puedas olvidar esa conversación estéril, es decir, que no llevó a nada. Al final parece que vamos saliendo de la tormenta y aterrizando el avión. De a poco, vamos dejando atrás esta enfermedad. Ya lo peor está por pasar. El mundo está organizado de un modo que pudo sostener a las grandes empresas trabajando con la ayuda de los gobiernos y desarrollar vacunas en tiempo récord, de la mejor manera posible. No sé si ahora mismo, en tiempos complicados, podíamos darnos el lujo de inventar una forma de vivir mejor. Sin embargo, tu hermano no hace sino pensar que es precisamente en este tiempo en que se puede hacerlo. Te lo dejo a ti para que lo pienses en unos años, sabiendo que pese a lo distintos que pensamos, podrás contar con tu madre y tu hermano para ese momento. Y tú, inteligente y dulce como eres, quizás tendrás una cura para los viajes familiares por separado.

(Se aproxima, se quita la mascarilla y le da un beso en la frente al niño. Este se remueve un poco de su posición, y continúa durmiendo apaciblemente. La madre lo sigue observando tiernamente y luego vuelve la vista hacia el escenario, con mirada desafiante).

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