Colombia es un territorio extenso en donde el feminismo ha sido parte de su historia. Las mujeres presentes dentro del territorio nacional desde tiempos remotos son una parte clave del motor de este país, y sobre todo, en este caso se busca hablar y exaltar la importancia de las mujeres en la ruralidad. Para ello, se escriben estas líneas en compañía de una de las mujeres que hacen más por nuestro país que muchos de los políticos corruptos que desangran cada día los recursos y las esperanzas de los colombianos y colombianas.
Putumayo es un departamento ubicado al suroeste del país, en la Amazonía colombiana, limita con los departamentos de Cauca y Caquetá al norte, al sur con Perú y Ecuador, al oriente con Nariño y al occidente con la Amazonía. Su diversidad es vastísima gracias a su geografía, sus fuentes hídricas permean el territorio ya que por él pasa el gran río Putumayo. En este contexto, Juliana Rincón Flores relata cómo ha sido su vida como mujer putumayense, su acercamiento al feminismo, el activismo en su comunidad, el feminismo como un movimiento de resiliencia tanto para las mujeres como para la comunidad LGTBI+, el significado del ecofeminismo y, finalmente, el panorama actual de este ecofeminismo en la Colombia profunda.
Por una parte, el feminismo para Juliana, filósofa y socióloga de la Universidad Externado de Colombia cobra un sentido afín a la ética, antes que una teoría llevada a la práctica, ya que la ética tiene una aproximación muy grande a la cotidianidad, una intuición cercana a que dentro del contexto en el que se vive, a las mujeres nos toca más difícil y por tanto hay que exigirse más para poder destacarse y tener una personalidad. Al pensarse como una ética, se lleva consigo una estética, una forma de ver el cuerpo, una forma de verse a sí mismo y al mundo. Posterior a esto, se llega al tema de la documentación y el aprendizaje, ya que, como narra Juliana, se enuncia desde un feminismo con un pie en la calle, un pie en la selva, pero también un pie en la academia, ya que este conocimiento también nos da poder.
Es necesario saber aquello que no sabemos, crear la conciencia alrededor de qué se necesita y quién soy yo dentro de esta tarea; por ello, esta ética feminista se ve nutrida de una conciencia del saber para el hacer, y hacer más para poder aprender más. Por ello el feminismo en la cotidianidad es entendido como un activismo y un constante aprendizaje, sin dejar a un lado el saber popular, llevando todos estos conocimientos a un lugar en donde puedan coexistir entre sí.
Continuando con ello, este saber ético al llevarse a un saber práctico en la colectividad se desarrolló en la vida de Juliana a manera de choques y rupturas dentro de su vida, ya que existen diversos escenarios en los que siempre se representa esta idea como punto de inflexión. Un primer choque pudo ser las relaciones desde el hogar con su padre, o por qué los hombres en los ambientes escolares tienen una ética distinta. Sin embargo, Juliana comenta una experiencia ligada a un voluntariado en el sector de Soacha, al sur de la ciudad de Bogotá.
Durante su estancia como voluntaria en este sector, realizó diferentes actividades expresando que eran más que nada un gozo, ya que podía compartir con la comunidad por medio del amor y la solidaridad. Esto tuvo un fin trágico, ya que en este sector se presenta un fenómeno conocido como los falsos positivos, entendido como el asesinato de jóvenes por parte del Ejército colombiano y posteriormente mostrados como si hubiesen sido bajas de la guerrilla. A causa de esto, se les exige a los voluntarios irse y nunca más volver, este hecho impactó a todos en el país, pero en el caso de Juliana el ver que las madres de estos jóvenes son las que aún claman por la justicia de sus hijos, fue repensar la guerra y cómo ella afecta a las mujeres en el país, esto para ella cambió todo su mundo.
A pesar de ello, esto no era un universo desconocido para Juliana, ya que posteriormente se vinculó a un proyecto denominado La Mano Roja, en donde se busca impedir la vinculación de niños y niñas a las fuerzas armadas. Esto la hizo pensar en su infancia, ya que su abuela es profesora y activista, y dentro de sus tareas pasaba por diferentes colegios en cursos de primaria, allí, Juliana recuerda los comentarios entre pasillos: “a yo no sé quién se la llevaron”, “este profesor no permitió que se los llevaran”, “profesora se los llevó el frente tal a mis hijos”. Desde que era niña se veía inmersa en este contexto sin saber los términos exactos o que esa actividad era considerada como un crimen y de inmediato, entender las consecuencias de esta guerra ¿es una guerra sin sentido? Tal vez no tanto, porque tiene unas consecuencias políticas e históricas.
Es así como llega a otra conclusión, para desentrañar los nodos de las vidas de las mujeres hay que desentrañar los nodos de la guerra, y qué mejor forma de hacerlo que estudiando. Estos choques con la realidad la llevaron a intentar comprenderlas, porque una vez se comprenden se puede ser agente en dichas realidades y al mismo tiempo, lograr entender su lugar en este contexto, qué podría y que no podría hacer. Estas experiencias la ligaron a un feminismo enfocado a la construcción de paz territorial, amarrado al papel que tienen las lideresas sindicales, las docentes, las campesinas, a la historia del movimiento popular en Colombia que ha estado enmarcado en la guerra, por ello, cada uno en el feminismo tiene su historia.
La vida es tan diversa que muchas mujeres se acercan al feminismo sin necesidad de acudir a los libros, o viceversa, acuden a él por medio de los libros y no por las calles, sin embargo, es importante el aprender que eso de ser mujer nunca va a ser lo mismo, todas esas experiencias te dan un lugar distinto. Como narra Juliana, en su caso las experiencias la han llevado a la academia y al activismo, significando que alguien más no ha podido llegar a este lugar, “si yo tengo un derecho que se le es negado a otro, es un privilegio”. Esto, explica que la obliga más, ya que si no es de ese porcentaje que fue reclutado, si es del porcentaje que pudo viajar a Bogotá a formarse en dos carreras universitarias y, además, es del porcentaje que no deserta a la universidad (en donde la deserción en las universidades es casi del 50%), es necesario hacerle justicia a este azar de la vida, por ello es una ética, porque las decisiones que se toman es a partir de esta ética feminista, en donde se busca colectivamente que otras mujeres puedan tener una mejor vida.
Al ser entendido el feminismo como una ética, implica que en sí mismo tenga una estética, en donde se tiene claro qué es agradable y qué es desagradable, en donde lo agradable es luchar por esta belleza, por el amor, la paz, la esperanza, a apelar a las artes, esta estética es el embellecimiento del mundo para combatir a lo oscuro. Por ello dentro de la diversidad encontramos esta ética representada en acciones como: las trenzas para las mujeres campesinas, las trenzas para las mujeres afro, el maquillaje para las mujeres Nukak, las botas para las mujeres punkeras; todas estas acciones nos fijan una identidad, nos hacen sentir en comunidad ya que la estética es una juntanza, es un goce, es un ensamblaje, somos conjuntos contradictorios. Por ello, esta estética individual se transforma en la estética colectiva del movimiento, ya que en las marchas se vive por un color, que a veces es morado y el significado que se le da, o que en otras ocasiones es verde, todas estas cosas son disputas que te atraviesan como mujer a lo largo de tu vida.
Por otra parte, llevando esta ética feminista a nivel colectivo en las Tejedoras de Vida como organización, buscan reconstruir el tejido social afectado por la guerra a través de la exigencia de derechos económicos, políticos, culturales, ambientales, artísticos, entre otros; se exigen los derechos y así se construye la paz, ya que parte de la guerra es la falta de exigir los derechos a la reparación, la verdad, la justicia, a la no repetición, es el reconocimiento del mal que se ha hecho al cuerpo íntimo y al cuerpo colectivo, por ello, lo ético es sanar esa herida colectivamente haciéndose cargo de sus destinos, por ello se exigen derechos a: la paz, a sembrar la tierra, a poder cuidar la naturaleza, a elegir y ser elegida, a tener un trabajo digno, a la educación; por ello se crea esta conciencia hacia la necesidad, ya que cada una tiene una carencia en uno u otro nivel, por esto, como lo denomina Juliana, es una ética práctica en constante construcción, ya que todos los días se encuentra despatriarcalizándose, desmilitarizándose y llenándose de esperanza.
En este punto, es necesario entender que esta apuesta de ética feminista se ve ligada intrínsicamente al territorio, así se llega a una ética ecofeminista que, según lo que narra Juliana, es una suerte de llegada por fuentes secundarias, ya que ella explica que vio a otras llevarlo a cabo y morir por ello. En este contexto, es importante volver en el tiempo a los Acuerdos de la Habana (2016), la organización Tejedoras de Vida tuvo un proceso de politización muy fuerte, de empoderamiento, de ser reconocidas por la comunidad y las instituciones, de ir a la Habana a su comisión de víctimas y género, creando una incidencia muy importante en donde se suplió la función del Estado, ya que se tiene una política social carente; este fue un momento hermoso de poder y esperanza.
Llega 2017 y ocurre un suceso inesperado, la avalancha de Mocoa (capital del Putumayo). Esto fue un desastre, un riesgo, una cachetada, un miedo y conciencia hacia la muerte, ya que un día te puedes dormir y perderlo todo, a tu familia, a tus mascotas, a tu negocio. ¿Cómo le echas la culpa al río? Si el río es el que está ahí y nosotros somos los que llegamos. Esto, narra Juliana, nos hizo a las mujeres responder rápidamente ante la tragedia. En ese semestre, ella se encontraba cursando la universidad en Bogotá y recuerda cómo no fue a clase desde ese 31 de marzo, se enfocó con la comunidad del Putumayo en la ciudad a aprender y llevar a cabo atención humanitaria, hacer kits, a identificar medicamentos vencidos, llevar los alimentos al punto de acopio, una gran ola de solidaridad. No obstante, al mirar en retrospectiva, notan que la mayoría de las muertes fueron de desplazados del conflicto armado, el río revictimizó a las víctimas del conflicto, ya que Mocoa es una ciudad refugio que recibe al 60% de la población del conflicto armado del departamento. El río mató a los desplazados y en su mayoría eran mujeres.
Este hecho, explica Juliana que en medio de la lucha por la paz las obliga a estudiar, ya que se debe pensar en la paz para las mujeres y para los ríos, que es lo mismo, porque si no hay paz para los ríos no hay para las mujeres, porque ellas son las que viven en los lugares de mayor riesgo. De esta manera se pasa de la reflexión al proyecto llevado a cabo por las Tejedoras de Vida, las Guardianas del Agua. Pero, en enero 20 del 2020 asesinan a Gloria Ocampo, una guardiana del agua.
La perspectiva se amplía una vez más, ya que los líderes y lideresas ambientales en Colombia, según Global Witness, se encuentran en el mayor riesgo en el mundo para hacerse defensor de la tierra y el territorio. Una vez más, se replantea el contexto, ahora es necesario tener en cuenta: las mujeres como víctimas del conflicto armado, las mujeres que no pueden ejercer liderazgos ambientales y además, las mujeres como las principales víctimas de los riesgos ambientales por falta de esa concepción ecológica con los ríos.
Al ver todo este contexto enmarañado, Juliana explica que encuentran una clave, si las mujeres son las mayores receptoras de la violencia y la naturaleza está siendo igualmente afectada significa que en nosotras hay una clave, ya que desenredamos los nudos de la vida y los de la muerte. ¿Por qué el glifosato está haciendo que las mujeres aborten?, ¿Qué significa para la lucha contra las drogas la defensa de las mujeres, su cuerpo y sus derechos reproductivos? Hay nudos que hay que desenredar y en esa medida, se dieron cuenta que uno de esos nudos que ata a la naturaleza con las mujeres es que el patriarcado siempre vio a las mujeres como la naturaleza, como la salvaje, las que hay que dominar y apaciguar; por ello, nuestra aproximación a la naturaleza es una aproximación patriarcal y occidental.
No podemos apelar a un pasado mítico, ya que este ya fue exterminado, para bien o para mal. Entonces, ¿Qué vamos a hacer con ese sincretismo de identidades? Continúa Juliana: lo que se ve en el Putumayo es que somos los nietos ambientalistas de los colonos petroleros que llegaron. Es darse cuenta de que en tu sangre tienes del colonizador y del colonizado, ¿Quién soy?, ¿Cómo esto juega en mis privilegios y mis limitaciones? Este ha sido el encuentro con el ecofeminismo, con esas luchas territoriales en la paz, cuando se empoderaron como lideresas, ya que la guerra no te permite hacer política, Hannah Arendt tenía razón, “la guerra es un estado prepolítico”, puede ser una guerra política pero no te deja avanzar en lo político y ha sido una mentira que las FARC hayan sido políticas y militares, fueron más militares que políticas; este gobierno no tiene otra forma de llegar al sur si no es desde el militarismo y esto, es una historia colonial muy antigua.
En Putumayo llegó primero el militar a sacar el caucho, a sacar el petróleo, a sacar la coca, la ganadería, o quién sabe otra bonanza de turno. Al comprenderlo de esta manera, las mujeres del Putumayo ¿quiénes han sido entonces? Han sido las prostitutas que acompañaron a los petroleros, han sido las indígenas despojadas de las tierras cuando llegaron todas esas bonanzas, han sido las colonas desplazadas por la violencia que han encontrado en la coca una manera de subsistir, ¿Qué hay de malo en eso? Por eso es por lo que es una contradicción y este es el rigor del ecofeminismo, de ser guardianas del agua, por interpretar qué nos está diciendo el río al estar en una zona geográfica de las grandes cuencas, el piedemonte amazónico. Siendo así, no es cualquier cosa la que está en juego, está en juego el futuro de la humanidad y son pocas las que están poniendo el pecho, hay que dimensionar eso y transmitirlo.
Por último, el panorama en los sectores rurales de Colombia es uno muy hostil, ya que el mundo es hostil con las mujeres pero hay algo que está en la hostilidad que permite que la vida siga siendo vida en medio de esto tan duro, las lideresas ambientales están siendo asesinadas sistemáticamente, al igual que las cocaleras, las excombatientes, las familias con su diario a vivir con las tasas tan altas en femicidios, que si comparas las tasas a nivel Colombia, Putumayo tiene de las tasas más altas y es por el petróleo, es por el conflicto, es por la coca. El machismo sale de la casa y se acrecienta con la guerra, no al revés, la guerra no permea los hogares del machismo, lo revienta con lo exacerbado pero nace en la casa, nace en esa cultura.
Esto es muy duro, pero dentro de esa misma dureza, las mujeres son las que se están organizando, las que siguen en la defensa de su territorio a pesar del riesgo en que se vive, es tener una autoconciencia demasiado grande la vida y esto es una ética muy grande que nos está resguardando. Todos les debemos muchísimo a líderes y lideresas anónimos que se están peleando cada vereda, cada barrio, lugares que probablemente nunca pisemos, nunca conozcamos, pero que necesitamos para vivir y tener esperanza. En esta dureza están las claves para tener esperanza, que la vida ha tenido peores momentos, que la construcción de paz no se va a demorar cinco, ni diez, ni veinte años, porque han sido cincuenta años los de la guerra y que en este escenario de la crisis de la implementación de los acuerdos el liderazgo de las mujeres es imprescindible, son el sujeto para organizarse en contra de la barbarie.