Soltera en la ciudad de la furia: Placer, derechos y anticoncepción

Una constantemente está cambiando y resignificando cosas, palabras, sueños, experiencias. Ayer, por ejemplo, fue un día importante para mí: decidí por fin retirar el DIU (Dispositivo Intrauterino) que me había acompañado durante 10 largos años, y no colocar ningún otro método dentro de mi útero. Considero que este es un paso importante para mi cuerpo: finalmente descansa de esa presencia extraña que, como caballero en armadura, impedía a toda costa que los espermatozoides llegaran a mis óvulos.

— ¿Y ahora?, ¿vas a salir embarazada, Niyireé? —

Es la pregunta del millón. Pues no. Mi deseo autónomo y desde la conciencia feminista es ligarme y que los tipos se pongan forro. Así de simple. Recuerdo que cuando le expresé esto a mi anterior ginecóloga, casi le da un ataque y comenzó con un examen de conciencia sobre lo joven que era yo, de que si me llegaba a encontrar una pareja que quisiera un hijo cómo iba a hacer, y no sé qué tanta palabrería. A partir de ese momento, decidí cambiar de ginecóloga, pero no mi decisión. Maravillosamente coincidí con A., una doctora, amiga de mi hermana, quien me atendió desde el amor y el respeto hacia mí, hacia mi cuerpo y hacia mis decisiones.

En un país donde hablar de sexualidad y autonomía femenina sigue siendo un enorme tabú, encontrar una médica que no juzgue sino que escuche sin infantilizarnos es casi un acto de divina providencia. No es solo atención en salud: es escucha, es empatía, es saberse acompañada en una decisión que, aunque íntima y personal, atraviesa siglos de control sobre los cuerpos de las mujeres. Bien dice el mandato: “parirás mujer, parirás”, y así se nos asignó un rol, una función social, un único destino permitido: la maternidad.

La responsabilidad de la planificación familiar, del uso de métodos anticonceptivos, de la reproducción recae, casi exclusivamente, sobre las mujeres. Mientras a los hombres se les delega la comodidad de “no pensar tanto” o “usar condón si quieren”. Factores como las normas culturales, la baja disponibilidad de opciones anticonceptivas masculinas y el diseño mismo de los servicios de salud son barreras patriarcales que imposibilitan que los hombres se hagan cargo de su responsabilidad en la planificación. Somos las mujeres quienes cargamos con el peso de decisiones que afectan nuestra salud, nuestro cuerpo, nuestro ánimo y hasta nuestra economía. Es urgente que la corresponsabilidad sexual se convierta en práctica real. La autonomía sobre el cuerpo también significa que las parejas asuman el cuidado y el respeto mutuo en igualdad.

Asimismo, cuando se habla de derechos sexuales y derechos reproductivos desde el enfoque de la salud, se suele invisibilizar el placer de las mujeres. Históricamente, cuando se comenzó a hablar de planificación familiar en los años sesenta, los cuerpos femeninos se convirtieron en territorio de regulación poblacional: pastillas, inyecciones, dispositivos intrauterinos. Esa mirada permanece aún en los consultorios. Se nos ha hecho creer que la sexualidad femenina existe solo en la medida en que somos fértiles, pero no se nos habla del deseo, del derecho al placer, al disfrute.

En América Latina, este enfoque tuvo raíces claras: durante la “explosión demográfica”, los gobiernos y organismos internacionales promovieron políticas de planificación familiar que se centraron casi exclusivamente en la prevención del embarazo. Así, la salud sexual y reproductiva se redujo a números y estadísticas, mientras la sexualidad femenina quedaba atrapada en la mirada reproductiva. Hoy más del 74 % de las mujeres en la región utiliza algún método anticonceptivo, según datos recogidos por el UNFPA, pero este avance no se ha traducido en reconocimiento pleno del placer ni en mayor participación de los hombres en la anticoncepción. Defender el derecho a decidir sobre el propio cuerpo sigue siendo, en pleno 2025, un acto político y profundamente personal.

Los derechos sexuales y reproductivos no son privilegios ni concesiones: son derechos humanos fundamentales. Acceder a información clara, recibir atención médica sin juicios, decidir sobre la maternidad, el placer, el goce, es parte del mínimo que nos corresponde como humanas.

Hoy celebro que mis periodos son más ligeros, que mi vulva se siente libre y que la conciencia de mis decisiones se exprese desde el amor y el cuidado hacia mí misma. También reivindico mi derecho a disfrutar de mi cuerpo y de mi deseo sin rendir cuentas a nadie. Tener sexo sin querer hijos no me hace menos mujer. Me hace libre. Porque sí, el placer también es un derecho. No solo se trata de evitar embarazos no deseados: se trata de vivir el sexo sin miedo, sin culpa, sin vergüenza. Y eso no siempre es sencillo en Caracas. Decidir no tener hijos también es una forma de protegerse. Porque sí, la maternidad deseada puede ser hermosa, aún con todo lo que conlleva, pero no es la única forma de realización.

Camino por Caracas con otra liviandad. Sé que este cuerpo es mío, y esa certeza me acompaña mientras atravieso las calles entre Chacaíto y Sabana Grande. El ruido de los carros, los colores de los grafitis, la mezcla de olores urbanos llega de a poco. Me dejo llevar por la energía de este momento. Entre el bullicio y la vida que nunca se detiene, reafirmo que mi cuerpo no es territorio de nadie más que mío. Que vengan los hijos: los del intelecto, de la creatividad y del saber. 

Por lo pronto, sexo seguro se escribe así: USA CONDÓN.

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