Soltera en la ciudad de la furia: Eterna soledad

“Eterna soledad/ Eterna soledad/ Sé que la gente busca tu consejo / Hay que correr el riesgo/ De levantarse y seguir cayendo… …” Canción de los Enanitos Verdes 

Giro la llave, abro la manilla y entro a casa; la luz del sol aún se refleja por la ventana, observo el silencio y las cortinas azules que me dan la bienvenida, Macondo y Aleph maúllan, el apartamento 77C de algún lugar del municipio Libertador está solo, de pronto, todo el peso de un viernes más me cae encima, una vacío, la incomodidad de saberme sola, de no tener a quien llamar o un mensaje diciendo: “hola, ¿nos vemos hoy?”. Cada cierto tiempo debo aprender a habitar mi soledad, Gabriel Rolon (el psicoanalista argentino que me encanta) dice que la soledad no se soporta, más bien se habita y se vive. Yo, creo firmemente que es así. No obstante, el pensamiento de ser importante para otro a veces se posiciona en mi cabeza. Me cuestiono si este pensamiento está mediado por el amor romántico y esa idea de la media naranja que nos vendieron de que otra persona te completa, y pues, en el caso de las mujeres es mucho más impositivo ese mensaje de la cultura. 

Pienso en otro viernes sola, en la rutina: ver series, arreglar la casa y el furor de una Caracas vibrante se cuela en mi cabeza, pero hoy no quiero pertenecer, “vamos tu puedes con esto, recuerda el disfrute que te genera la libertad de ser soltera”. Supongo que de vez en cuando la intimidad y no me refiero a las relaciones sexuales, sino a ese conectar con otro u otra, se extraña. Ver una película y comentarla, tener una conversación intensa sobre cualquier tema que nos interpele y dormir en compañía de alguien para quien en ese instante eres importante. No es fácil convivir con la soledad, más cuando se mezclan las normas sociales de estar siempre en pareja. Me refugio en amigas, escribo mensajes, hablo con la familia y aun así la incomodidad crece en mí. Sé y entiendo que el estar conmigo misma no significa que estoy sola, pero este día y este viernes me dan ganas de un abrazo, del amor inesperado y de la compañía de una persona amada. Prendo la corneta, coloco spotify y tarareo la canción de fondo: “Yo sé, la soledad te da un cierto confort, no te deja mirar…” y como cliché de película romántica prendo un cigarrillo

La soltería muchas veces se percibe como una condición incompleta, un espacio de fracaso y no como una elección válida y enriquecedora; hay días en que la tristeza, la ansiedad o el miedo al abandono afloran con fuerza. Reconocer esos momentos no es una señal de debilidad, sino de humanidad. Aprender a convivir con la vulnerabilidad, sin juzgarme, es parte del proceso. Es en este contraste donde la soledad se vuelve también un terreno complejo. Porque habitarla no significa no sentir vulnerabilidad. Así, la soledad se revela como una experiencia dinámica: una mezcla de libertad y fragilidad, de encuentro y aprendizajes constantes. Transitarla siendo mujer es difícil, pues implica enfrentarse a las normas sociales que te impusieron desde la infancia “si no estás con alguien acabaras fracasada” o “te quedaste para vestir santos y ser la tía solterona de la familia”. Ese mandato muchas veces nos lleva a tomar decisiones equivocadas: ignorar las reds flags de las personas, gestar vínculos que nos dañan y no se sostienen en el tiempo, hasta desbordarnos. ¿Por qué esa necesidad de estar siempre con una persona y no disfrutar del tiempo y el espacio para nosotras mismas? 

Habitar la soledad no es un fracaso, estamos completas. No porque no quiera compañía, sino porque he aprendido a no sostenerme cuando me tengo a mi. Y quizás, desde ese lugar, el amor —si llega— no vendrá a completarme, sino a acompañarme. Es sábado, estoy sola pero eso no significa que no pueda disfrutar la libertad que ello implica, le escribo a M., “¿vamos por un helado?, Bello Monte nos queda cerca”, porque quedarme en casa y seguir rumiando en pensamientos que se basan en viejas creencias y estructuras de lo humano. Entonces, decido empoderarme y salir, ver que me depara esta ciudad de noches sin freno y de gente buscando compañía, un amigo pasa por mí, la noche caraqueña se abre en pleno, conversamos de las relaciones, del amor, de lo complejo de la adultez y así termino paseando por las Mercedes, cruzando la autopista para llegar a Bellas Artes, el aire de la ciudad me hace bien. Vamos a 140 km/h sostenidos por la velocidad de una Suzuki GS500F de 500cc de nombre “Cristina”. Entre luces de neón, canciones de rock viejas y una moto que ruge libertad, recuerdo que no estoy incompleta, que me gustan las salidas conmigo misma y que la soledad me ha ayudado a conocerme y a habitar las luces y las sombras de una mujer que disfruta siendo soltera en la ciudad de la furia y, lo más importante, que toma decisiones que le permiten continuar y sostenerse a sí misma.

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